Desafíos tácticos del uso de drones de combate

Munición merodeadora Hero 30 de Uvision. Fuente: Uvision
Munición merodeadora Hero 30 de Uvision. Fuente: Uvision

La guerra de Ucrania ha favorecido una difusión sin precedentes en el uso de drones de combate, especialmente drones suicidas fabricados a partir de componentes comerciales y, también, de municiones merodeadoras producidas por empresas del sector de la defensa. Esta es una tendencia que, sin duda, ha llegado para quedarse y que todavía está en crecimiento. No obstante, a pesar de lo visto en el campo de batalla ucraniano, la correcta integración de los drones de combate en ejércitos como los occidentales presenta una amplia serie de desafíos, desde su empleo dentro de un espacio aéreo que puede estar saturado a su incardinación en los sistemas de mando y control, la determinación de a quién corresponde la responsabilidad de su uso en función del tamaño y capacidades o, como consecuencia de estos y otros problemas, la generación de una doctrina de empleo adecuada. Temas todos ellos que, junto a la necesidad de extraer el mayor partido a estas municiones (pues así deben ser considerados estos drones), pero también de establecer mecanismos de defensa frente a los del enemigo, son el objeto de este análisis.

Índice

  1. La explotación del espacio tridimensional
  2. Los fuegos y el empleo de drones de combate
  3. Municiones merodeadoras portátiles
  4. Drones de combate: letalidad aumentada y efecto masa
  5. La protección contra los drones de combate tácticos
  6. Conclusiones

Introducción

No hace falta estudiar teorías futuristas sobre guerra multidominio para entender el impacto que los drones aéreos, técnicamente llamados UAV (Unmanned Air Vehicle) o RPAS (Remotely Piloted Aerial System) han tenido en los conflictos recientes; con el añadido de que no han sido fruto de ideas revolucionarias procedentes de estamentos altamente profesionales, como son los ejércitos de referencia, sino que hemos asistido a su eclosión a partir de conflictos cuasi tercermundistas, como el de Nagorno Karabaj, el de Siria, el de Yemen o el de Ucrania.

Esta característica, derivada de una alta disponibilidad y sencillez de uso, ha sido un elemento realmente perturbador para los analistas militares, pues su implantación ha rebasado la más optimista de las previsiones, existiendo en el mercado aparatos civiles que se han adaptado como solución de fortuna y empleado antes de que ningún estudio operativo, doctrina de empleo o programa de ingeniería de carácter oficial haya establecido un marco técnico y normativo para su empleo. Es más, ya se están utilizando en combate los aun más novedosos UGV y USV (la versión terrestre y marítima del concepto de dron) sin que exista ningún sistema operativo (entendiendo como tal la IOC, Initial Operational Capability) plenamente desarrollado en los principales ejércitos occidentales.

En efecto, la adaptabilidad, imaginación e ingenio de los combatientes de estos conflictos ha cogido por sorpresa a los estados mayores; no tanto a parte de la industria militar, que como en otras ocasiones, ha visto el filón de adaptar tecnologías emergentes al uso militar, impulsando así al estamento castrense a realizar pruebas, redactar TTPs (Tácticas, Técnicas y Procedimientos) e incorporar estos sistemas. Esto ha sido así por diversos factores, entre los que resaltan la incertidumbre (temor a quedarse atrás) y el apoyo a la industria nacional en estos desarrollos, que es la que lleva la iniciativa en este campo.

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La explotación del espacio tridimensional

La explotación de la llamada tercera dimensión por parte de las fuerzas terrestres no es nueva; desde la irrupción del helicóptero durante la guerra de Corea, ningún ejército moderno entra en combate sin contar con estos medios, lo que obliga a las fuerzas terrestres a tomar en consideración la gestión del espacio aéreo bajo su responsabilidad.

Igualmente las doctrinas de combate aeroterrestres, que tuvieron su bautismo de fuego con la Blitzkrieg alemana en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, han convertido el apoyo aéreo en algo esencial; especialmente para las más decisivas fuerzas acorazadas, ya que son las más visibles sobre el campo de batalla y requieren de una mayor cantidad de consumibles (especialmente munición y combustible), por lo que tanto los propios vehículos de combate como los suministros son los objetivos más apetecibles para el poder aéreo.

La integración de estos fuegos aéreos, sean orgánicos (helicópteros) o no (fuerzas aéreas), es fundamental para las fuerzas terrestres, así como las medidas defensivas contra el poder aéreo enemigo, asumiendo que el dominio aéreo propio no pueda conjugar esta amenaza obteniendo la consabida ‘superioridad aérea’.

Este punto tiene especial relevancia, pues el uso de drones en el ámbito táctico y sus conocidas capacidades SSL (Small, Slow and Low) los convierten en un elemento no interceptable y casi imposible de destruir apelando al dominio del aire. En este sentido, todos los aerodinos que operan en el espacio de responsabilidad de una fuerza terrestre no solo son parte integrante de esta fuerza, sino que pertenecen al mismo dominio, pese a que sea el aire y no la superficie terrestre su ámbito de actuación; estos dos conceptos, dominio y ámbito de actuación, no son por tanto sinónimos.

Cabe decir que no importa a quien pertenezcan los medios, sea a un ejército de tierra o a otra rama de las fuerzas armadas -generalmente la fuerza aérea (caso de los helicópteros de ataque en muchos países)-, pues el concepto es el mismo, y no es razón por la que debamos asimilar operaciones multidominio o DMO con el dominio terrestre tridimensional en los ámbitos operacional y táctico.

En este trabajo nos centraremos en dicho nivel y en las armas que actúan en él, que son orgánicas de las fuerzas terrestres y que actúan dentro del espacio de batalla exclusivamente terrestre; no requieren por tanto de una gestión del espacio aéreo para operar y su uso puede estar descentralizado.

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