
Si hay un tema en el plano internacional capaz de eclipsar las constantes evoluciones de la pandemia creada por el SARS COV2, este es la crisis de Ucrania. Desgraciadamente y siguiendo la tónica no ya de los medios de comunicación de nuestro país, sino de nuestra clase dirigente e incluso nuestra sociedad, pareciera que vivimos ajenos a lo que está sucediendo en el flanco este y a las consecuencias que puede tener para todos nosotros. Y esta falta de atención sobre el tema llama más la atención ante los hechos de las últimas semanas...
La primera pregunta que nos viene a la mente es ¿cómo hemos llegado a este punto? Y seguramente la siguiente afirmación puede considerarse fuera de la corriente mayoritaria, pero aplicando una expresión popular, la primera respuesta que se nos ocurre es que “entre todos la mataron y ella sola se murió”. Es obvio que hay acciones y posiciones que son reprochables sin lugar a discusión, como pudieran ser la ocupación de Crimea ola injerencia en la política interior de Ucrania con el intento de creación de una república independiente en el Donbáss. Sin embargo, no se debe ser simplista y hay que indagar en las causas, y mucho más teniendo en cuenta la singularidad de la mentalidad rusa. Porque ese es un punto que a menudo se olvida: no podemos medir los modos de actuación rusos tanto en política interior como exterior con nuestros parámetros. Incluso su concepto de democracia es muy diferente al nuestro. Y eso es algo que se debe tener siempre presente. Probablemente sea el mayor error que ha cometido y reiterado Occidente en los últimos decenios: mirar todo a través del prisma de su propia óptica olvidando la idiosincrasia y particularidades de cada zona o región, y no hay mejor ejemplo que lo sucedido en Afganistán.
Si nos remontamos a finales de los años ochenta, y a la caída del muro de Berlín tal vez encontremos las raíces de lo que hoy sucede. Por un lado, el ego ruso quedo gravemente herido. De ser una superpotencia, bajo cuya órbita controlaba toda una pléyade de naciones paso en un suspiro no solo a perder ese control, sino a sufrir una crisis interna, social, económica y de identidad que aun hoy no ha resuelto totalmente.
Pero en el marco de ese derrumbe, y en las negociaciones que siguieron a la caída del muro y posterior disolución del Pacto de Varsovia se llegó a un acuerdo tácito, no escrito pero que todos entendieron que era válido mediante el cual la Alianza Atlántica se comprometía a no mover sus fronteras hacia el Este llegando a la misma frontera rusa.
Desde un punto de vista objetivo este acuerdo era de sentido común. La OTAN nació en su día con una clara vocación de defenderse o enfrentar a la Unión Soviética, y los recelos de la nueva Federación Rusa ante esta organización eran algo más que justificado.
Sin embargo, poco a poco, con el paso del tiempo y la transformación de las sociedades de los antiguos miembros del bloque del Este, estos países fueron evolucionando hacia sistemas democráticos homologables a los de la Europa Occidental. Y el recuerdo de los años de control soviético mantuvo el temor de un nuevo resurgir del gigante ruso, lo que llevo a esos países, la mayoría de muy pequeño tamaño e incapaces de presentar por si mismos una postura de disuasión creíble ante cualquier reclamación procedente de Rusia a solicitar su ingreso en la OTAN.
Para la Alianza, la tentación de sumar más miembros que aumentaran su fortaleza, así como sus capacidades, tal vez pensando en un futuro con una sola alianza militar mundial hegemónica que permitiera anular y disuadir a cualquier potencial elemento díscolo en el panorama internacional fue demasiado grande y pronto se olvidó ese acuerdo verbal o “pacto de caballeros” con la Federación Rusa. Tal vez pensando que sus posibilidades de recobrar la perdida fortaleza eran algo menos que ínfimas.
Pero Rusia siguió su camino, no exento de problemas y dificultades de todo tipo. Hasta que poco a poco fue encontrando su sitio, asentándose, aceptando su nueva realidad y comenzó a trabajar para seguir su vocación de potencia mundial y de actor principal. Supo buscar nuevas esferas de influencia y trazar políticas y alianzas que poco a poco fueron devolviendo al país a posiciones cercanas a sus aspiraciones.
En el lado opuesto, y como era el temor de Rusia, la OTAN nunca dejo de mirar con recelo hacia el Este. Y a pesar de los innumerables tratados de buena voluntad, de desarme, de control de armamento convencional y nuclear, entre bambalinas siempre revoloteaba la sospecha y la desconfianza mutua, con la novedad de que por el momento Rusia no tenía el poder ni una fuerza equiparable a la OTAN.
Pero según fue avanzando el tiempo y el gigante ruso comenzaba a despertar de nuevo, cada acción de este, medida con los parámetros de occidente era reprobada. Unas veces el reproche quedaba en el plano diplomático y otras se llegaba a la imposición de sanciones. Que no por justificadas habrían de considerarse convenientes, pues el recurso a dichas medidas siempre tiene como pagadores al común de la población. Y eso dio argumentos a la clase dirigente para ir creando una opinión frentista, situando a Europa y occidente en general como los principales responsables de las dificultades económicas y empeñados con un inusitado interés en entorpecer el desarrollo de Rusia.
El sentimiento nacionalista fue afianzándose, volviendo la población en general a sentir el orgullo de pertenecer a una gran nación como Rusia. Y no sólo dentro de sus fronteras, sino que dicho sentimiento germinó también en aquellas zonas donde tras décadas de pertenencia a la URSS se habían concentrado grandes núcleos de población de origen ruso, ya fuera de origen tradicional en la región o bien por desplazamientos producidos en dicha época.
Y con el devenir de los años se llegó a los sucesos iniciados en 2013 en Ucrania y que derivaron en la anexión por parte de Rusia de la península de Crimea y en el aún existente conflicto del Donbáss.
Evidentemente no hay excusa que justifique el empleo de la violencia y la fuerza militar para ocupar un territorio perteneciente a un país vecino, aun cuando haya posibles razones históricas que justificaran una reclamación de este. Pero no es menos cierto que reducir el problema a una mera disputa territorial sería cuando menos hacerse trampas al solitario.
El verdadero mar de fondo venía producido por la deriva ucraniana que parecía llevarla, como a las repúblicas bálticas y otros países antes a los brazos de la OTAN. Algo que Rusia ni estaba ni está dispuesta a permitir.
Se puede entrar en el juego de las discusiones sobre quien tiene la responsabilidad de la situación a la que se ha llegado o quien a provocado más al adversario. Pero eso ya carece de importancia, es evidente que, en estos asuntos, por lo general, y salvo excepciones como la aparición de un enajenado que llevó a Europa a la Segunda Guerra Mundial, (aunque también se podría hablar de aquellos que no supieron ni quisieron frenarle a tiempo), el reparto de culpas suele estar bastante equilibrado.
La situación hoy es la que es, y no hace presagiar nada bueno. Se acercan nubarrones negros de guerra y sólo queda por dilucidar el momento exacto de su inicio y que alcance tendrá. De todos modos y por duro que parezca, esto es algo que no debería de extrañarnos. Llevamos recorrido el periodo de paz más largo de toda la historia, y esta nos demuestra que las épocas de grandes crisis sean del tipo que sean y de aparente inestabilidad en todos los órdenes, con una sociedad que no sabe muy bien hacia donde va y con una cierta perdida de sus referencias y raíces acaban derivando en un gran conflicto que en cierto modo actúa a modo de “reset” y vuelve a colocarlo todo en su sitio.
Pero centrándonos en el asunto objeto de estas líneas, habrá quien se pregunte: ¿Qué es lo que diferencia la situación actual de otras similares? ¿Por qué en esta ocasión no se trata de nuevo de simples movimientos de presión?
En primer lugar, hay que decir que el movimiento de tropas llevado acabo por Rusia es mucho mayor que en ocasiones anteriores. Se calcula que un 75% de todos sus BTG (Batallion Tactical Group) han sido movilizados. A estos hay que añadir todos los apoyos al combate necesarios, algo que no había sucedido antes, y eso incluye unidades de apoyo de fuego, las correspondientes unidades de defensa antiaérea, ingenieros, equipos específicos para el paso de cursos de agua, limpieza de minas y algo que es un indicador que marca la diferencia: las unidades logísticas necesarias para el sostenimiento de las operaciones de todos los medios anteriormente relacionados.
Como puede deducirse, un despliegue de tal magnitud es excesivamente costoso. Por lo que sólo tiene sentido si lo que se espera lograr con dicha movilización o “amenaza” merece realmente la pena o si de lo contrario piensa utilizarse. Nadie realiza tal despliegue para mostrar músculo y retirarlo sin obtener nada a cambio.
El coste es tal que los analistas consideran que Rusia sólo puede permitirse mantenerlos en sus actuales posiciones hasta principios de verano.
Por lo tanto, a nadie se le escapa que un órdago de estas características sin una verdadera intención de actuar sería un tremendo error, pues si la OTAN decide afrontarlo y aguantar sin responder a las exigencias planteadas y las fuerzas acaban retirándose sin más, el golpe a la moral y a la credibilidad de Rusia sería tremendo.
Pero hay otros indicios que nos muestran que esto es más que una demostración de fuerza. Durante el último mes y medio se ha reportado un notable incremento de los ciberataques a diversas infraestructuras ucranianas, precisamente a aquellas que son críticas para la defensa y que son vitales para poder obtener información para elaborar la inteligencia necesaria para preparar el espacio de batalla ante una intervención armada.
Un capítulo aparte merece el documento con la propuesta de acuerdo lanzado por Rusia la semana pasada. Las exigencias trasladadas por parte de Rusia, que casi tendrían la consideración de un ultimátum son otro claro indicador de sus verdaderas intenciones por inasumibles. Es especialmente interesante lo que establece en su artículo 5:
“Ambas partes se abstendrán de desplegar sus fuerzas armadas y armamento, incluso en el marco de organizaciones internacionales, alianzas militares o coaliciones en aquellas zonas en las que tal despliegue pueda ser percibido por la otra parte como una amenaza para su seguridad nacional, con la excepción de que dicho despliegue sea realizado dentro del territorio nacional de las partes”.
En otras palabras, Rusia exige el derecho a limitar el despliegue de tropas estadounidenses en los países de la OTAN si los rusos se sienten amenazados por ese despliegue. El efecto inmediato sería que, mientras Polonia podría aumentar su fuerza, Estados Unidos tendría que retirarse de Polonia si Rusia se sintiera amenazada, cosa que dice hacer.
Es posible que se diseñe como la base para una negociación, pero está demasiado inclinada hacia el interés ruso como para ser viable para Washington. Otra posibilidad es que sea para consumo interno ruso, mostrando que Rusia se dirige a Estados Unidos como un poderoso igual al que hay que respetar. O puede ser que, tras la respuesta inicial de los estadounidenses a las amenazas rusas de que su sistema bancario se vería perjudicado, los rusos interpreten que Estados Unidos no está dispuesto a responder en Ucrania.
Simplemente no son unas peticiones razonables que puedan establecer un punto de partida para unas negociaciones. Sería como pedirle a Rusia que no desplegara sus misiles de crucero en el Distrito Militar Oeste. Esto nos lleva a concluir que son unas demandas expuestas para que sean rechazadas desde el primer momento. Al mismo tiempo, al haberlas hecho publicas en lugar de realizar una primera aproximación discreta fuera de los focos mediáticos hace que sea mucho más difícil rebajar estas, lo cual lleva a concluir de nuevo que no son más que un pretexto.
Igualmente, y en el plano diplomático, puede decirse que Rusia ha llevado a cabo una jugada maestra al exigir conversaciones bilaterales con EE. UU. Desde el punto de vista ruso, para lograr recuperar el estatus perdido por la Unión Soviética el primer paso es lograr la neutralización de EE. UU. sin recurrir a la opción militar. Y el mejor camino para lograrlo es a través de la neutralización de la OTAN, cuya fuerza militar, aunque importante, es limitada. La idea es simple pero clara, una respuesta militar por parte de Estados Unidos sin la disponibilidad del territorio de los países de la OTAN y sin su apoyo político complicaría enormemente esta opción o sencillamente la haría inviable. La prueba de que EE. UU. es perfectamente consciente de la situación es la respuesta inicial amenazando al Sistema bancario ruso con duras sanciones si desencadena una guerra en Ucrania.
Esperemos que los intereses económicos comunes sean mas potentes que los vientos de guerra. En caso de producirse el desenlace estaría definido como un regreso a la guerra fría y los rusos ya saben como acabó, con su país en ruinas. El problema sería que Rusia mirara más a China de lo que actualmente lo hace y se creasen dos enormes bloques antagónicos en lugar del bloque multipolar actual.
» Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra…elegísteis el deshonor, y ahora tendréis también la guerra». W. Churchill.
Rusia no puede permitir que Ucrania ingrese en la OTAN. Estaría muerta estratégicamente hablando.
Ni Europa ni la OTAN pueden seguir consintiendo que Rusia alcance sus objetivos por la fuerza, ya sea militar o económica, a través de los condicionantes energéticos que impone a los europeos (léase alemanes). Si Rusia crece, los países del Este europeo menguan ( en sentido literal). Nadie quiere una guerra (dudo que los occidentales queramos siquiera el menor conflicto). Pero los precedentes históricos de ceder al chantaje están ahí, para quien quiera recordarlos. En algún momento habrá que trazar una línea roja que sea percibida con claridad. De lo contrario, el chantajista se vendrá arriba y subirá las apuestas. Es necesario entablar negociaciones al más alto nivel que procuren tranquilidad a Rusia respecto a la expansión de la OTAN hacia sus fronteras y acaben de una vez por todas con su chantaje inaceptable en forma de conflictos híbridos (Crimea), ciberguerra o guerra pura y dura, aunque sea de alcance limitado. Negociaciones con línea roja, sostenidas por EEUU, RU, Francia (como potencias nucleares) y Alemania (el presidente del Nord Stream 2 es el ex-canciller G. Schoroeder y su dependencia del gas ruso constituye una debilidad estratégica enorme que debilita al resto de sus aliados). Y que les quede claro el mensaje a los rusos. No albergo demasiadas esperanzas al respecto, en nuestro lado del tablero faltan estadistas y sobra mediocridad. Pero lo que está en juego es el futuro.