La disuasión en el ciberespacio

Los cuatro mecanismos a disposición de los estados

Disuasión en el ciberespacio. Fuente - BSIA.

Como cualquier otro dominio susceptible de ser utilizado para fines militares, en el ciberespacio pueden tomarse dos tipos de posicionamientos: la ofensiva y la disuasión. Sin embargo, dada la relativa juventud del dominio cibernético, existe todavía un enconado debate entre los expertos respecto a si es o no posible aplicar las teorías clásicas de disuasión militar en él. A lo largo de las próximas intentaremos ofrecer un repaso y una explicación de las principales medidas disuasivas que pueden ponerse en práctica en el ciberespacio y de su utilidad.

La utilización del ciberespacio como uno de los dominios estratégicos en el que las grandes potencias despliegan sus acciones y la observación del potencial desestabilizador que los ciberataques pueden llegar a generar en la seguridad nacional,  ha obligado a los estados a replantear las estrategias y doctrinas militares de forma acorde al desarrollo tecnológico (Curtis Lemay, 2011).

Sin embargo, pese a los avances tecnológicos, la naturaleza de la guerra en su concepción clásica (Clausewitz) no ha cambiado, y el uso del poder militar por parte de las grandes potencias sigue siendo apreciable como un acto de coacción dirigido hacia un enemigo determinado.

Pero, el poder militar no es solamente un instrumento de fuerza coercitiva orientado a obtener unos objetivos políticos determinados, sino que, también puede ser utilizado desde la vertiente que le concede su carácter amenazante.

Respecto a las amenazas provenientes del ciberespacio, los estados se han visto obligados a adoptar, tal y como hemos explicado en la entradilla, dos posibles posicionamientos, la ofensiva o la disuasión (deterrence); y dado que, una de las cuestiones más polémicas respecto a las implicaciones estratégicas del espacio cibernético como dominio es la posibilidad de aplicar en éste las teorías clásicas de la disuasión militar, el objetivo del presente artículo no es otro sino el analizar las posibilidades que existen de desplegar medidas disuasorias en el ciberespacio, dadas las características propias del dominio.

Aunque el concepto de la disuasión militar existe desde la Antigüedad (Tucídides o Sun Tzu ya hablaban de él), no fue hasta la Guerra Fría y el debate que se generó respecto a la no utilización del armamento nuclear, cuando el concepto comenzó a ser estudiado de forma intensa en Occidente.

Dado el carácter altamente destructivo del armamento nuclear desarrollado, las dos grandes potencias geopolíticas del momento (Estados Unidos y Rusia), bajo la tesis de la destrucción mutua asegurada (MAD), consideraron que era preciso establecer ciertas limitaciones sobre su utilización y aceptaron tácitamente que el nuevo armamento estaba más destinado a no utilizarse y a ejercer como condicionante disuasorio que a ser empleado de igual modo que las armas convencionales en el campo de batalla. 

La disuasión se puede entender y definir de diferentes formas, ya que, en última instancia ésta se basa en las percepciones que el enemigo puede llegar a observar. Sin embargo, existe un amplio consenso en reconocer que su esencia podría definirse como: el hecho de desincentivar las intenciones maliciosas que pudiese tener un potencial agresor, mostrándole las capacidades propias y la determinación de utilizarlas para evitar una alteración del statu quo (Colom, 2020).

O, dicho de otro modo, la disuasión es el proceso por el cual un actor (en este caso un Estado) es capaz de influir en otro para que se abstenga de realizar o de mantener una determinada acción que resulta nociva para sus intereses.

Sin embargo, es preciso puntualizar que, esta influencia no puede basarse en una coacción, es decir, ha de ser el actor amenazado quien “voluntariamente”, tras percibir el alcance del poder enemigo desista de sus pretensiones, pues si hablásemos de que un actor es capaz de forzar a otro a actuar conforme a sus pretensiones estaríamos ante un acto de imposición (compellence) y no de disuasión (deterrence) (Schelling, 1966).

En este sentido, la disuasión no es más que un estudio de la relación coste-beneficios que para un estado conllevaría el actuar contra los intereses de otro, existiendo cuatro variables a observar: en primer lugar, la posibilidad de obtener un beneficio en caso de éxito; en segundo lugar, el riesgo de exposición que el actor hostil enfrenta en caso de pérdida; en tercer lugar, la probabilidad existente de que el actor que emplea la disuasión cumpla con sus amenazas y; en cuarto lugar, las probabilidad existentes de que el actor hostil sea capaz de eliminar la capacidad de represalia del disuasor (Colom, 2020).

Un actor que emplee la disuasión debe establecer una estrategia basada en tres pilares: capacidad (debe disponer de los medios necesarios para evitar que el actor rival alcance sus objetivos y para responder de forma implacable), credibilidad (la determinación para cumplir la amenaza no ha de dar lugar a dudas) y comunicación (el actor rival ha de ser consciente en cada caso de lo que supondría superar las líneas rojas que marca la política de disuasión) (Snyder, 1961).

En línea con el último de los pilares expuestos, es preciso ser conscientes de que, la credibilidad no se basa  únicamente en elementos objetivos, sino que, también posee un importante carácter subjetivo, al depender, por un lado, de las percepciones individuales y privadas del adversario, y por otro, de la capacidad de persuasión del disuasor (Guthe, 2011).

Es decir, la disuasión es un proceso psicológico y su eficacia depende de las percepciones de los actores, de los objetivos planteados, de la capacidad que tienen los actores de comunicar sus visiones de forma clara y de factores sociales, culturales o psicológicos (Ermath, 2006).

Tradicionalmente, la disuasión se ha distinguido en dos tipologías: disuasión por negación (denial) y disuasión por castigo. En el primer caso, el actor que despliega la disuasión pretende hacer entender al adversario que si lo ataca no es probable que alcance sus objetivos, y que los costes, en caso de asumirlos, serán lo suficientemente elevados como para que en el balance costo-beneficio se perciba como una derrota.

Por el contrario, en la disuasión por castigo, el disuasor incide en que, de ser atacado, la respuesta será contundente y orientada a ocasionarle un daño superior al que está dispuesto a asumir (Denning, 2016).

Sin embargo, si estiramos un poco el concepto de disuasión, en base a la definición de “disuasión amplia” de Glenn Snyder, podríamos llegar a considerar que existen dos mecanismos de disuasión adicionales a los tradicionales en el ciberespacio: la disuasión por interdependencia o enredo (entanglement) y la disuasión por tabú normativo (Nye, 2017).

A continuación observaremos como podrían ser aplicados cada uno de estos mecanismos en el ciberespacio.


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Autor

  • Josue Expósito

    Josué Exposito Guisado. Guardia civil. Graduado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). Actualmente cursa el máster Paz, Seguridad y Defensa del Instituto Universitario Gutiérrez Mellado.

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