
El fenómeno de la globalización y la ruptura de fronteras tradicionales, como vemos en la comunicación o el mundo financiero, ha sido un proceso del que también se han beneficiado las organizaciones terroristas. Algo que observamos con claridad en grupos como Hezbolá, que han desarrollado toda una red global de crimen organizado que se extiende por los cinco continentes. Estas actividades ilícitas permiten al grupo libanés financiar sus acciones con soltura tras la caída de la recaudación proveniente de Irán. En la actualidad, Hezbolá se erige como el grupo terrorista con mayor financiación del mundo, unos ingresos multimillonarios que consigue a través del narcotráfico, el contrabando y el lavado de dinero.
La red de financiación ilícita de Hezbolá
El histórico de la financiación de Hezbolá está íntimamente relacionado con el patrocinio de la República Islámica de Irán. Desde la fundación de la organización terrorista libanesa, la potencia persa ha sido su principal fuente de financiación. Pese a ello, las sanciones internacionales impuestas por la comunidad internacional a Irán y las dificultades económicas del país, hicieron que Hezbolá recibiese una menor financiación de su matriz y decidiese diversificar sus fuentes de ingresos. Además de las donaciones particulares a la organización, Hezbolá ha conseguido tejer toda una red global de crimen organizado. Así es como el grupo chií aumentó drásticamente sus actividades ilícitas, con gran resultado para ellos, en el mundo del narcotráfico, el lavado de dinero, la creación de empresas fantasma y el contrabando de armas, joyas y coches. En apenas ocho años, cuadruplicaría los ingresos que recibía de Irán -unos 200 millones de dólares- hasta los 800 millones de dólares provenientes de las actividades previamente descritas (Al-Arabiya, 2018).
El sumatorio de ingresos de Hezbolá le llevarían a convertirse en la organización terrorista con más activos financieros del mundo, según la lista realizada por Forbes. Si en 2014 sería Daesh el grupo terrorista con más músculo económico global, en la última lista publicada por el medio, Hezbolá se situaría en primera posición con un monto total de 1.100 millones de dólares en ingresos por año (Zehorai, 2018).

Pero, ¿Cómo ha conseguido Hezbolá tal ingente cantidad de recaudación anual? Durante años, la organización libanesa ha creado un perfecto engranaje internacional de crimen organizado basado principalmente en la deslocalización e internacionalización de sus acciones delictivas. Para hacer frente a ello, Hezbolá no tiene unas redes estrictamente definidas -que son punibles y más fácilmente perseguibles- sino células perfectamente organizadas por diversos continentes. Unas células conexas al terrorismo pero que no son directamente terrorismo per se (Rivas, 2016). La expansión global de Hezbolá sigue una lógica contraria al modus operandi empleado por otras organizaciones terroristas, como Daesh o Al-Qaeda, que consolidan filiales y apoderados directos como vemos por Oriente Medio y África. Hezbolá plantea y ejerce su internacionalización sobre bases de operaciones vinculadas a ellos pero sin una aparente relación directa, algo que dificulta su persecución y el bloqueo de sus activos financieros.
Para hacer llegar a Líbano los ingresos procedentes de sus operaciones criminales, Hezbolá cuenta también con un sofisticado entramado internacional de lavado de dinero. Este blanqueo de capitales se extiende por países africanos como Benín o Togo, llegando a Australia y pasando por Europa y Estados Unidos, pero cuyo principal centro de operaciones al respecto se encuentra en Canadá. Concretamente, a través del Banco Canadiense Libanés, una entidad sancionada en múltiples ocasiones durante los últimos años por su relación con la organización terrorista chií. A partir de cuentas bancarias de empresarios relacionados con Hezbolá, conseguían blanquear y enviar los ingresos provenientes del narcotráfico hacia Líbano, unas cifras que habrían ascendido hasta los 250 millones de dólares mensuales (Fernádez, 2020).
Otro de los métodos empleados en su financiación ilícita ha sido a través de la creación de falsos organismos. Ejemplo de ello lo vemos a través de la puesta en marcha de supuestas oenegés en Sudáfrica, unas entidades que en realidad eran empresas pantalla para blanquear cuantiosas cantidades obtenidas del tráfico ilícito de drogas o armas. Una situación de la que sacaban rédito, aprovechando los vacíos legales en la legislación fiscal para llevar los beneficios de sus actividades criminales de vuelta al Líbano. Un mecanismo de financiación similar al de otras organizaciones terroristas como Al-Qaeda, que habrían usado previamente el mismo método de crear falsas asociaciones sociales -en su caso supuestos orfanatos- para el blanqueo de los ingresos de sus actividades criminales (Transparencia Internacional, 2015).
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