
Las Fuerzas Armadas españolas, lejos de seguir la tendencia de buena parte de nuestros socios, que han apostado firmemente por raciones militares tipo MRE (Ready-to-Eat) o FSR (First Strike Ration), mantienen en servicio los tradicionales “ladrillos”. Poco a poco, no obstante, el Ministerio de Defensa va dando una oportunidad a nuevos formatos, como las RED (Raciones de Efectivos en Desplazamiento) o las RIL (Ración de Intervención Ligera), todos ellos fabricados por la UTE Raciones de Combate España, formada por JOMIPSA, Teógenes Ruiz, S.L. y Alonso Hipercas, S.A. A lo largo de las próximas líneas analizaremos tanto las principales raciones en servicio en España como las posibles alternativas. Al fin y al cabo, los fabricantes españoles van muy por delante de los decisores políticos y militares.
En los últimos decenios, las Fuerzas Armadas españolas han vivido una modernización sin precedentes, se han abierto al mundo tomando parte en innumerables ejercicios multinacionales y han dejado su impronta en cuantas misiones internacionales han participado. En este tiempo se han ido sustituyendo viejos sistemas de armas por otros nuevos, se han desarrollado nuevos procedimientos, se han implementado docenas de programas, se han superado crisis sin precedentes e incluso se abordó el espinoso proceso de profesionalización, que sigue teniendo importantes flecos pendientes.
Sin embargo, si hay algo que apenas ha cambiado, aunque se han ido introduciendo mejoras de forma paulatina, son las raciones militares, manteniéndose un formato de todos conocido, aun cuando la mayor parte de nuestros socios ya ha dado el salto hacia las raciones tipo MRE (Meal, Ready-to-Eat).
Como explicáramos en el primer artículo de esta serie, en los años 70 y en los primeros 80, antes de la entrada en la OTAN, era común entregar a los soldados una bolsa con diversas latas de conservas y algo de fruta durante las maniobras, en caso de no poder recurrir a la comida caliente. Con la adhesión a la Alianza comenzaron a adoptarse los estándares comunes también en materia de alimentación. De hecho, existen varios acuerdos de normalización (principalmente el STANAG 2937), que son utilizados por los aliados como guía para la configuración de sus raciones y en los que se establecen desde una serie de necesidades calóricas orientativas, en función de la actividad y el ambiente en que esta se lleve a cabo, a requisitos como la modularidad, interoperabilidad y durabilidad.
Se inician así a finales de los 80 y a principios de los 90 una serie de estudios destinados a diseñar las raciones militares colectivas como los que llevan a desarrollar la “Ración Colectiva de Campaña C9 Experimental” (1990) para 9 hombres o la “Ración Colectiva de Campaña de 36 plazas” (1991). También, mucho más interesantes para lo que aquí tratamos, la “Ración Individual de Combate” y la “Ración de emergencia”, que fueron la base del sistema todavía hoy en uso y que datan de mediados de los 90. Un sistema regido por el “Manual Técnico. Alimentación en el Ejército de Tierra de 2001”.
Por desgracia para los países más atrasados en este ámbito, no se obliga a adoptar un formato común que, sin perjuicio de que pudiese ser fabricado para cada ejército por empresas locales, maximizase la homogeneidad. De esta forma, cada país va adoptando soluciones sobre la marcha, en función de la disponibilidad presupuestaria, los gustos locales o las ofertas presentadas por la industria. Eso sí, siempre después de un arduo proceso de estudio y planificación. Esto último es importante, pues las raciones militares, aunque en ocasiones puedan parecer arcaicas o desfasadas, no responden a los caprichos de nadie, sino su adquisición que viene avalada por diversos estudios.
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