
La batalla de Musa Qala, en 2006, pese a no tener un gran significado ni en el devenir de la guerra de Afganistán, ni un número de muertos enorme, sí fue significativa por una razón: fue la primera derrota de la OTAN. Pese a todo, los enfrentamientos dejaron claro que sobre el terreno los soldados británicos se batieron el cobre hasta el final, fallando en esta ocasión el respaldo político, algo que hemos visto en otras ocasiones. En las próximas líneas trataremos de narrar, con el mayor detalle, tanto los acontecimientos como los motivos que llevaron al fatal desenlace.
Cuando a finales de 2002 y principios de 2003 los planes para la invasión de Irak estaban en sus últimos estadios, las protestas arreciaban por todo el planeta y millones de ciudadanos mostraban su oposición. He de confesar que yo tampoco deseaba dicha intervención, aunque mis motivos eran completamente diferentes a los de la inmensa mayoría. El gobierno de los talibanes había sido derrocado y los terroristas de al Qaeda derrotados y expulsados de Afganistán, pero la historia bélica del país había dado ya numerosas lecciones mostrando que una cosa es el corto plazo y otra muy distinta es la guerra a años vista. Los talibanes habían sido derrotados, pero no vencidos.
En fecha tan temprana como febrero de 2002, la extracción de recursos de Afganistán para desplegarlos frente a Irak había interferido en las batallas que todavía libraba el USCENTCOM. En casos como el de la Operación Anaconda –analizada en esta revista en los números 3, 4 y 5– había condicionado en gran medida las opciones de sus planificadores, teniendo que echar mano de prácticamente toda unidad de infantería en el teatro de operaciones para poder reaccionar a la dura e inesperada resistencia de los talibanes y terroristas en el valle de Shah-i Khot.
Desde 2002 hasta el año 2006, en el que se sitúa nuestro relato, la situación no había hecho más que empeorar. El conflicto en Irak lejos de acabar se había agravado exponencialmente y las unidades militares de los países implicados tenían sus fuerzas comprometidas con las rotaciones establecidas. Irak y la guerra entre Israel y Hezbolá de 2006 se llevaban los titulares de prensa y la lucha política, llegando a un punto en que a nadie le importaba mucho Afganistán ni lo que allí aconteciera. Justo lo que los talibanes deseaban y lo que algunos habían pronosticado.
Conforme lo previsto en la Conferencia de Bonn de diciembre de 2001, la Fuerza Internacional para la Asistencia a la Seguridad (ISAF por sus siglas en inglés) se había hecho cargo de la lucha contra los insurgentes en Afganistán. Liderada por la OTAN, la misión de la ISAF era ayudar a las fuerzas de seguridad afganas a extender y ejercer la autoridad y poder del gobierno de Kabul a la totalidad del país. Difícil tarea, teniendo en cuenta que durante décadas las diferentes provincias, distritos, valles e incluso pueblos, habían llevado una existencia totalmente aislada, únicamente controlada según el poder del “señor de la guerra” local o líder tribal.
Una vez nombrados los gobernadores de las distintas provincias, aquellos trataron de ejercer su poder sobre los asuntos de sus conciudadanos, pero en provincias como Kandahar o Helmand, fronterizas con Pakistán y cuna de los talibanes, una cosa eran los deseos y otra la realidad. Cuando fuerzas de la policía afgana se desplegaron en las comisarías de ciudades y pueblos, inmediatamente interfirieron con la voluntad de los talibanes y de los señores de la droga, comenzando así los problemas.
En las pequeñas localidades de Helmand los talibanes y delincuentes asaltaron los establecimientos policiales, matando a sus ocupantes o poniéndoles en fuga. El gobernador Mohammad Daoud inmediatamente acudió al presidente Karzai solicitando ayuda para acabar con la amenaza y restablecer su humillada autoridad. A comienzos de 2006 la ISAF sólo contaba con 130 estadounidenses en la provincia, por lo que se formó la Task Force Helmand alrededor de los británicos del Tercer Batallón del Regimiento Paracaidista (3 Para) perteneciente a la 16th Air Assault Brigade. El total del despliegue era de unos 3.300 soldados británicos, canadienses, daneses y estonios, aunque como tropa de combate el Brigadier Ed Butler apenas podía contar con alrededor de mil soldados. Operando desde la base logística de Camp Bastion -situada en pleno desierto para permanecer aislada y evitar ataques- los mandos de la TF Helmand comenzaron en abril a desplegar sus unidades.

El largo camino hasta Musa Qala
En septiembre de 2001 el Major Adam Jowett estaba destinado en Madrid, como oficial de Estado Mayor de la OTAN, cuando se cometieron los ataques contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Pronto se revelaría quienes eran los responsables y que Afganistán era el país donde se refugiaba el líder de los terroristas. Aquello sólo podía significar que más pronto que tarde habría guerra en aquella región del planeta.
Tras permanecer como espectadores a miles de kilómetros durante las primeras fases del conflicto, en 2005, el 3rd Battalion, Parachute Regiment (3Para) recibió aviso de su envío a Afganistán para el año siguiente. Su batallón hermano, el 2Para, pudo transmitirles sus experiencias ya que estuvieron allí justo después del colapso del régimen talibán en 2001, aunque prácticamente no habían salido de la región de Kabul, en donde la ISAF había establecido su cuartel general.
El objetivo encomendado por la ISAF al 3Para era proveer seguridad en la provincia de Helmand, con el fin de que fuera posible realizar proyectos encaminados a mejorar la paupérrima calidad de vida de sus habitantes y convencerles de que la eliminación de los talibanes les había resultado beneficiosa, no siendo deseable para nadie que pudieran volver al poder.
Según las palabras del Defence Secretary, John Reid, “la misión en Helmand podría llegar a realizarse sin la necesidad de disparar un solo tiro”. Para una unidad de elite de infantería como son los paracaidistas británicos, aquel comentario les resulto desilusionante, ya que tras años de duro entrenamiento por fin podrían poner en práctica lo aprendido en innumerables maniobras. No tardarían mucho en comprender cuan falsas eran las palabras del político y la extrema prueba por la que pasarían.
Como oficial a cargo de la Support Company, el Major Jowett se hizo cargo del viaje de sus hombres en un Tristar de la RAF hasta Kabul. A continuación montaron en un C-130 Hercules que les trasladó hasta Kandahar, en cuyo inmenso aeropuerto tuvieron la ocasión de estar relajados por última vez, pudiendo recorrer sus instalaciones y comprar en sus tiendas casi cualquier cosa que a un soldado se le pudiera pasar por la mente.
El vuelo hasta Camp Bastion fue el primer aviso de que todo cambiaba. Los rusos habían perdido gran número de aviones y soldados mientras los aparatos despegaban o aterrizaban, por lo que el C-130 en el que volaban aplicó el que se conoce como aterrizaje tipo “Khe Sanh”, realizando un picado con el aparato y perdiendo altura abruptamente hasta volver a nivelarlo a pocos metros del asfalto. En 2006 Camp Bastion todavía no era el gigantesco aeródromo en el que se convertiría con el paso del tiempo, estando formado en aquel entonces por filas de tiendas de campaña de color militar y containers de mercancías, además de un grupo de C-130, helicópteros CH-47 Chinook y AH-64 D Apache.
Una vez fuera del avión los paracaidistas comenzaron a descargar su material y a instalarse, mientras el Major Jowett iba directamente al cuartel del 3Para para informar. Dada la naturaleza de la misión, los hombres de las distintas secciones de su compañía (morteros, ametralladoras, etc.) habían sido distribuidos entre las compañías de línea para poder realizar su misión de apoyo. Al no tener personal al que dirigir sobre el terreno, Jowett fue destinado al centro de mando denominado Joint Operations Center (JOC), un lugar de donde los militares de vocación como él enseguida buscaban salir para unirse, mediante cualquier excusa, a las tropas en el frente. En las pantallas gigantes del JOC y en los mapas desplegados en las mesas, Jowett pudo contemplar el despliegue inicial británico en la provincia de Helmand. En un principio las operaciones que se llevaban a cabo eran golpes de mano y tanteos, sin intención de mantenerse en posiciones fijas. Únicamente la C Company mantenía la Forward Operating Base Price en Gereshk. Lo que si quedo pronto claro es la nula disposición de las tropas afganas (mayoritariamente policías) a actuar contra los talibanes.

La primera unidad en entablar combate con el enemigo fue la C Company, al volver de una reunión con un grupo de ancianos del lugar. Escuchar por la radio toda la secuencia de la lucha -el contacto inicial, las órdenes a los soldados, los disparos, el apoyo aéreo y el informe final- galvanizo aún más los deseos del resto de militares de salir fuera de la base y participar en los combates.
Tras varios días de aclimatación y trabajo en el JOC, el Lieutenant Colonel Stuart Tootal llamó al Major Jowett para ordenar su traslado a Sangin –otra localidad afgana cuyo nombre quedaría marcado con letras de fuego y sangre en la historia militar británica- para servir como segundo al mando de la A Company. Mientras volaba en el Chinook pudo contemplar el paisaje de la zona, pasando desde el desierto a una zona montañosa, para después sobrevolar la zona repleta de vegetación (Green Zone) situada en los márgenes del rio Helmand, repleta de sistemas de irrigación rudimentarios y con una miríada de casas aisladas rodeadas por un alto y espeso muro hecho de barro y paja endurecidos, la típica estructura rural afgana denominada compound. Visto desde el aire se podía comprender la hercúlea tarea encomendada a la A Company.
Tras aterrizar, Jowett se dirigió al District Center (DC) situado estratégicamente junto al rio Helmand, pegado a la carretera que pasa por la zona y a unos 500 metros del poblado. Estaba preparado para la defensa, con una barrera perimetral de Hesco y puestos de vigilancia intercalados. En el interior había un edificio de tres plantas desde cuya azotea, repleta de antenas y puestos de ametralladoras, se podía controlar toda el área alrededor. Su gran tamaño interior permitía que los helicópteros Chinook dispusieran del espacio suficiente para poder realizar los vitales avituallamientos y misiones de extracción de heridos sin exponerse demasiado.
El oficial al mando de la A Company era el Major Jamie Loden –se haría más tarde conocido por criticar, en unos correos que se hicieron públicos, la efectividad del apoyo aéreo dado por la RAF– quien había solicitado la ayuda de otro oficial para poder atender la carga de trabajo que se le acumulaba en Sangin. Se estaban organizando las primeras patrullas por la zona y de manera inevitable tuvieron lugar los primeros combates de tanteo con los talibanes. La intención era eliminar su amenaza para poder permitir que los ingenieros entraran en la zona y desarrollar los primeros proyectos de reconstrucción.
Como segundo al mando el Major Jowett se ocuparía de gran parte del trabajo burocrático de Loden, dejándole las manos libres para planificar, dirigir y en su caso acompañar a las patrullas. Su primera tarea fue la asesorar al medio centenar de policías afganos que tenían su cuartel en el DC. Para empezar su jefe no estaba en la base, faltaba desde hacía días y nadie tenía conocimiento de donde podría encontrarse, ya que su ausencia era algo habitual. Al llegar a la comisaria se encontró a los policías drogados, con los ojos colorados y sonrisas estúpidas. Bastante descorazonador sabiendo que en una hora tendrían que acompañarle para realizar otra de sus tareas, una “shura” o reunión con los ancianos del poblado. Una de las pocas ventajas que podían aportar esos hombres era que al ser de la zona pertenecían al mismo sistema tribal existente y podían identificar fácilmente, mucho mejor que cualquier británico, a los individuos ajenos al poblado.
Ese sistema tribal era importante para la estabilidad de la zona. En Helmand predominaba la tribu Alizai -constituida por seis clanes mayores– que a su vez son una rama de los Noorzai, que junto con otras tribus conforman a los Durrani pastunes, dominantes en la zona sur de Afganistán fronteriza con Pakistán, siendo principales componentes y partidarios de los talibanes. Precisamente de la tribu Alizai era el antiguo gobernador de la provincia de Helmand -llamado Sher Mohhamed Akhundzada (SHA)– que estuvo en el cargo hasta que a principios de 2006 le fueron decomisadas nueve toneladas de opio en sus oficinas. Los varios centenares de hombres a nómina de SHA quedaron libres para unirse a las filas de quien quisiera contratar sus armas, como por ejemplo los talibanes.

La patrulla al mercado de Sangin fue preparada para un más que probable contacto con el enemigo, con un platoon (lo que en España sería una sección) de soldados acompañados de francotiradores, ametralladoras, un equipo antitanque con misiles Javelin y los policías afganos, estos últimos en el centro de la formación para no arriesgarse.
Al llegar al lugar previsto, el antes bullicioso mercado se había transformado en un poblado fantasma. Los intérpretes afganos pudieron escuchar en las radios que los talibanes se estaban congregando para atacarles, por lo que en vista de la situación se ordenó volver a la base.
El ataque se produjo por la retaguardia con descargas de AK47s y disparos de RPGs, siendo rápidamente respondido por los soldados con sus fusiles de asalto y lanzagranadas. Por momentos se produjo un enorme caos mientras los suboficiales impartían órdenes y asignaban objetivos a los paracaidistas. Mientras la columna se retiraba en orden cubriéndose mutuamente, desde calles colindantes, casas y canales de riego abrían fuego contra los soldados y a su paso impactaban un sinfín de proyectiles. Para acabar de desengancharse de sus enemigos se solicitó apoyo aéreo y un avión arrojó una bomba contra una posición de los talibanes consiguiendo silenciarlos.
Salvados los últimos metros y de nuevo en la base, todavía con la adrenalina a tope, los jadeantes soldados pudieron por fin respirar aliviados y comentar entre ellos los sucesos. A los oficiales, aunque contentos por no tener bajas y por haber participado en un combate real, no se les pasaba que en el fondo el enemigo había conseguido su propósito de impedir la shura. De esta manera, sin poder realizar proyectos de mejora, los talibanes tenían la mejor baza.
Este tipo de patrullas fueron la tónica durante las siguientes semanas. Tras un mes en Sangin a la A Company le llegó el momento de ser relevada en el lugar por la B Company. Para ello TF Helmand ideó una operación. Un Chinook aterrizo en Sangin con suministros y al despegar llevaron al Major Jowett hasta un lugar del desierto donde le esperaba una columna de más de treinta blindados canadienses Light Armoured Vehicles (LAV). Estar en el desierto no significa que estés sólo, y las siempre presentes motocicletas afganas vigilaban desde la distancia los movimientos de los vehículos, que eran atacados con granadas de mortero cuando paraban en un lugar demasiado tiempo. Así continuaron hasta llegar a la Green Zone en donde la vegetación impidió que fueran fácilmente localizados.
Los canadienses se unieron a la B Company y a un convoy logístico para escoltar a ambos hasta Sangin. Con esa pantalla protectora y la aviación sobrevolando a la agrupación, los talibanes optaron por no interferir. Puede que no tengan miedo a morir, pero no son estúpidos y ya luchando con los rusos aprendieron que era preferible combatir cuando no tienes todas las posibilidades en contra.
Al regresar a Camp Bastion el Colonel Tootal informo a Jowett que tenía para él otra misión. Se haría cargo de la Easy Company para ocupar el DC de un pueblo llamado Musa Qala (“Fortaleza de Moisés”) y actuar como lo había hecho la A Company en Sangin. La cuestión es que no existía tal Easy Company en el batallón 3 Para. Las compañías de línea estaban ya comprometidas en distintas localidades y la recién llegada A Company quedaría como reserva táctica de la TF Helmand y se emplearía para poder establecer una rotación que les permitiera a todos tener periodos de descanso en Camp Bastion.
En Musa Qala el cuartel de la policía había sido asaltado por los talibanes y se había recibido una llamada de socorro. La TF envió a los Pathfinder, una unidad de elite de 25 hombres perteneciente a la 16th Air Assault Brigade. Al llegar al DC tuvieron que luchar duramente por cada edificio con los talibanes, hasta llegar a controlar completamente las instalaciones. La que parecía una misión de una sola jornada se convirtió en un prolongado asedio, permaneciendo durante 52 días, la mitad de ellos combatiendo para repeler los asaltos enemigos.

Dado que ese no era el papel de los Pathfinder dentro de la TF y su estancia se había alargado demasiado, fueron relevados el 26 de julio por el 1st Light Reconnaissance Squadron “Grifos” de los daneses y el Somme Platoon de los Royal Irish (formado a partir de la D Company, 1st Battalion, The Royal Irish Regiment). Juntos formaban una fuerza poderosa, con un centenar de vehículos blindados a los que los talibanes difícilmente podrían superar. Los ataques diarios a los que los defensores eran sometidos tocaron la fibra pacifista de los políticos daneses y no tardaron en llegar mensajes presionando a la TF Helmand para que en un plazo de 48 horas los sacaran de aquel infierno. Por eso se rebaño a las distintas unidades de la TF, para poder crear un esqueleto de compañía que fue denominada Easy Company.
La compañía, puesta bajo el mando del Major Jowett, estaría formada por el Somme Platton (ya en Musa Qala) y el Barrosa Platoon (B Company, 1st Battalion, The Royal Irish Regiment). A ellos se uniría una sección de morteros también de los Royal Irish, francotiradores de la A Company, observadores avanzados de artillería, Joint Terminal Attack Controler para dirigir ataques aéreos, un equipo Light Electronic War Troop (LEWT) con el fin de obtener inteligencia de las comunicaciones enemigas (ICOM), médicos de combate cualificados en el tratamiento de heridos y un cirujano para los casos más graves en los que no fuera posible la extracción con helicópteros. En total 88 hombres que pasarían casi dos meses asediados y sufriendo uno de los combates más duros vividos por el ejército británico en su larga historia.
A ellos se les unirían también medio centenar de policías de la Afghan National Standby Police ANSP que remplazarían a los de Musa Qala. Se trataba de personal procedente de otras regiones de Afganistán que por su propio interés no tenían ninguna intención en caer en manos de los talibanes, ya que su ejecución estaba asegurada.
Poco duró el descanso de la A Company, ya que formaron parte del plan de relevo de los daneses. Serian insertados en un lugar de la Green Zone colindante con el poblado. Procedentes del desierto se les uniría un escuadrón mecanizado estonio. Juntos presionarían al amanecer en dirección al poblado y tras despejar cualquier resistencia que encontrasen, avanzarían hacia el DC. La Easy Company cargada con todo su equipo volaría en un Chinook hasta el mismo pueblo y aterrizarían en la Helicopter Landing Site (HLS) colindante con el DC. Una vez instalados participarían en la operación de relevo de los daneses que comenzaría a primera hora de la tarde.
Partieron de Camp Bastion antes del amanecer y volaron con los instrumentos de visión nocturna los 30 minutos que les separaban de Musa Qala. Nada más poner pie en el DC y mientras sus hombres introducían el equipo en el interior, el Major Jowett decidió realizar una rápida inspección del perímetro, ya que en escasas horas sería el hombre responsable de evitar su perdida. Al contrario que en Sangin, el DC de Musa Qala era toda una pesadilla para planificar su defensa. Aquí no había barreras de Hesco, estando el DC delimitado por un muro de barro endurecido poco más alto que un hombre. Los puestos defensivos (sangar) estaban poco más que improvisados con sacos de arena y redes de camuflaje y no habían podido traer de Camp Bastion material para fortificarlos apropiadamente.
En el interior del DC había varias casas que servían como puesto de mando, centro médico, puesto de observación, etc., pero la única edificación destacable estaba situada en el centro del DC, un bloque de 2-3 plantas que habían apodado “El Álamo”, ya que en caso de que los atacantes superaran el muro y entraran en la base era donde se tenía previsto realizar la última defensa. Entre las casas se habían dispuesto obstáculos que permitiesen ser usados como cobertura cuando tuvieran que desplazarse por el interior del DC.

Por si eso era poco, en vez estar fuera del pueblo y de tener campos despejados que impidieran a sus enemigos acercarse sin ser vistos, como en Sangin, aquí estaban en el interior de la población rodeados por infinidad de casas, calles, tiendas, etc. Apenas les separaban 25 metros de todo un entramado de edificaciones que podrían facilitar los movimientos enemigos y permitirles llegar ocultos al alcance de las granadas de mano. Aquello podía convertirse en un paraíso para el atacante y en el peor de los infiernos para los hombres allí atrapados.
Por último, lo peor de toda la defensa era que la única HLS viable para las evacuaciones médicas estaba emplazada fuera del perímetro y en un lugar fácilmente alcanzable por las armas automáticas y RPGs de los talibanes. Traer un helicóptero mientras tenía lugar un ataque era un suicidio, por lo que no esperaban contar con esa ayuda.
Al llegar la tarde por fin se puso en movimiento la columna danesa. Era descorazonador ver a todos esos blindados encaminarse hacia el portón de entrada y abandonar a los miembros de la Easy Company, con algunos de los cuales habían convivido durante varias semanas bajo fuego enemigo. Pero las órdenes estaban claras y por lo menos suministraron a los británicos todo aquello que pudieran necesitar en los días que estaban por venir. Los irlandeses del Somme Platoon sirvieron de escolta hasta las afueras de la población– aunque como suelen hacer cuando hay tal demostración de fuerza, los talibanes optaron por no interferir– y por fin la columna de estonios, daneses, afganos de la ANP y británicos de la A Company se perdieron por el horizonte hacia la Green Zone y después el desierto.

Al atardecer la Easy Company y la ANSP eran las únicas fuerzas que mantenían la bandera de Afganistán ondeando en Musa Qala. Para los 88 británicos y el medio centenar de afganos comenzaban los casi dos meses de defensa de una posición perdida en un pueblo abandonado.
Cuando ya comenzó a anochecer el Major Jowett había completado sus primeras tareas, distribuyendo a sus hombres y equipos por las instalaciones, escribiendo el pertinente informe para sus mandos y realizando las primeras inspecciones de las posiciones defensivas. Cuando entró en el puesto de mando para dar las novedades a Camp Bastion, los miembros del LEWT y los interpretes estaban concentrados escuchando las radios de los talibanes. Todo el despliegue de la coalición no había pasado inadvertido y habían visto marchar la larga columna con británicos, estonios, daneses y afganos, por lo que según sus cuentas en el DC de Musa Qala debían de permanecer únicamente un puñado de policías abandonados como corderos en el matadero.
Las expresiones de júbilo continuaron transmitiéndose por radio y se fueron envalentonando hasta que confirmaron que por la mañana asaltarían la base y al caer la tarde se tomarían un té en el centro de Musa Qala. En el puesto de mando los británicos intercambiaron miradas silenciosas.

La batalla por el District Center
Inmediatamente el Major Lowett informó a sus superiores en Camp Bastion, los cuales quedaron sorprendidos por la rapidez de los talibanes en intentar apoderarse del DC. La escucha de la conversación de radio entre sus enemigos por lo menos permitiría prepararles una bienvenida adecuada.
Para primera hora de la mañana tendrían asignados un par de A-10 Warthogs, algo que era todo un lujo ya que normalmente los aviones sólo se asignaban cuando las tropas establecían contacto con el enemigo. Toda una señal de que se esperaba una lucha muy dura.
Sin pérdida de tiempo, los hombres de la Easy Company comenzaron a preparar su defensa. La experiencia de los Royal Irish del Somme Platton, que llevaban semanas en Musa Qala, fue providencial para determinar las posibles rutas de aproximación y lugares favoritos de los talibanes para atacar a la base. Por ese motivo los Joint Terminal Attack Controller (JTAC) se establecieron en el tejado del puesto de mando donde tendrían un amplio campo de visión de las posiciones enemigas.
Aunque se podrían usar los aviones para realizar una demostración de fuerza y paralizar el asalto, eso sólo aplazaría lo inevitable aunque, conociendo de antemano cuando se produciría el ataque talibán, al menos servirían para hacerles pagar cara la intentona. Los A-10 vendrían diez minutos antes del amanecer y quedarían orbitando lejos y a la suficiente altura como para que los talibanes no los pudieran localizar.
Como normalmente el DC era atacado desde el Oeste, usando como cobertura una línea de edificios que les permitían acercarse a corta distancia de la base, los A-10 realizarían pasadas en dirección Norte-Sur, aprovechando que el muro perimetral tenía la misma orientación y que pegada a la pared contaban con unos veinticinco metros de terreno despejado bien visible desde el aire y que separaba a los dos contendientes. Sería un apoyo aéreo muy peligroso, pero contaban con la pericia de los pilotos para que fueran exitoso.
El observador avanzado del 7 Parachute Regiment Royal Horse Artillery (7 Para RHA) – artillería de la brigada – comenzó a referenciar los puntos preestablecidos para la artillería, con el fin de poder hacer rápidas peticiones de fuego a los hombres de la 1st Battery, 7 Para RHA, que estarían situados lejos en el desierto esperando con sus cañones. Aunque lo normal sería hacer previamente unos disparos para realizar las oportunas correcciones y ajustar la puntería a los objetivos, se decidió arriesgar y mantener a los talibanes completamente ignorantes de la amenaza que les esperaba. Tendrían que ser los observadores avanzados los que bajo el fuego enemigo corrigiesen los disparos de artillería hasta conducirlos a las posiciones de sus adversarios.
Conforme pasaba el día se fueron completando el resto de preparativos. Se asignaron los puestos entre el personal y se abastecieron debidamente de munición y agua, ya que no se sabía cuántas horas duraría la lucha o tendrían que permanecer en alerta bajo el sol del verano afgano, con unas temperaturas que superan con creces los 40º centígrados, algo que como bien saben quienes lo ha padecido, podría causar tantas bajas como el enemigo. La sección de morteros preparó sus tubos e hicieron acopio de granadas de 51mm y de 81 mm, tanto de humo como de alto explosivo.
En las instalaciones médicas se dispuso todo para asistir a cualquier herido que hubiera en el los combates. En tal caso avisarían por radio a la clínica y uno de los sanitarios acudiría rápidamente en el quad que tenían, para trasladarlo con presteza hasta el médico en caso necesario. Aunque arriesgado para el sanitario, de este modo pensaban minimizar el número de hombres que dejasen la defensa para atender a cada herido. Como precaución, cada hombre llevaría en el bolsillo izquierdo del pantalón el kit medico necesario para atender un herido, con vendas, material para hacer un torniquete y morfina.
A las 23:00 el Major Adam Jowett congregó en el puesto de mando a sus suboficiales para explicarles el plan y la misión asignada a cada uno. Si el ataque enemigo era lo suficientemente fuerte y sobrepasaban las defensas, se estableció la retirada al puesto de mando y al Álamo para hacer desde esas posiciones una defensa final y pedir ataques aéreos masivos sobre el resto de las instalaciones. Tal era la posibilidad de que eso ocurriese que más tarde los hombres cogieron todas sus pertenencias personales y las trasladaron al Álamo.
Acabada la reunión, los suboficiales se fueron con sus hombres para transmitirles las órdenes y comprobar que todo estaba listo para la dura prueba que pasarían en unas horas. La noche trajo algo de fresco y los británicos pudieron cenar, hacer sus necesidades (algo también importante) e intentar dormir un rato mientras la mente y la imaginación les llevaban anticipadamente a los hechos que acontecerían solo unas horas más tarde, cuando despuntase el sol.
Con todo lo humanamente posible cumplido, el Major Jowett realizó una última ronda visitando los distintos puestos del perímetro, para dar confianza y seguridad a sus hombres y charlar un rato con quienes vigilaban en la oscuridad, sabiendo que un centenar de metros más allá se escondían centenares de enemigos que ansiaban acabar con sus vidas y las de sus compañeros.
Ya de madrugada, conforme se despertaban antes de tiempo por la incapacidad de conciliar el sueño, los hombres se fueron dirigiendo a sus posiciones. A través de los dispositivos de visión nocturna se podía distinguir perfectamente a los policías afganos de los soldados británicos porque los primeros no llevaban casco y sus uniformes eran de un color más oscuro que no reflejaba tanto la luz de las estrellas. Los afganos también tendrían su cometido en la defensa, ocupando un sector del muro Oeste cercano al puesto de observación.

Pasadas unas horas, al comenzar a clarear el día, los miembros de la Easy Company estaban inquietos y expectantes por lo que estaba por venir. En un momento dado, sin previo aviso ni señal delatadora, el enemigo realizo su primera jugada. Una barrera de seis RPGs fue disparada de manera simultánea contra la puerta principal y el muro Oeste.
Las detonaciones se confundieron en una única explosión, que fue seguida por una lluvia de disparos procedentes de multitud de Aks y ametralladoras PKM.
Si se quiere vencer una batalla de este tipo es muy importante en estos instantes iniciales ganar la superioridad de fuego. Quien haga bajar la cabeza a su contrincante será el que tenga más opciones de imponer su ritmo de batalla, conseguir libertad de movimientos y hacer retroceder al rival. Por ese motivo los suboficiales británicos ordenaron a sus hombres abrir fuego rápidamente con todas las armas disponibles.
Desde el tejado del puesto de mando, el Major Lowett pudo observar que de cada ventana y cada puerta de los edificios que limitaban por el Oeste con el DC, multitud de talibanes asomaban abriendo fuego en modo automático contra las posiciones británicas. Los flashes eran perfectamente distinguibles y Lowett apuntó contra un enemigo cercano, disparo y lo vio caer abatido. Agachado detrás del muro de la azotea se desplazó lateralmente unos metros y volvió a asomar superando el temor que provocaba el saber que contra cada muro y pared de las posiciones británicas se estrellaban numerosos proyectiles, arrancando tierra al rebotar. Acompañando al sonido de los disparos propios se escuchaba el peculiar zumbido de las balas al pasar por encima de las cabezas.
Parecía que había pasado una eternidad y sólo habían transcurrido unos segundos. Los gritos de los militares informaban a sus compañeros cuando cambiaban el cargador de sus armas y los suboficiales realizaban las primeras indicaciones sobre posibles objetivos. Absolutamente todas las posiciones de los defensores estaban bajo fuego enemigo. Los sacos de arena eran agujereados y las municiones trazadoras, rojas y verdes, convergían sobre los puntos fuertes de resistencia de los soldados, rebotando y perdiéndose en el cielo aun oscuro. Todo el perímetro estaba siendo atacado, aunque parecía que el castigo más fuerte lo recibía el sector occidental.
Conforme pasaron los primeros minutos no se tuvo constancia de ningún movimiento que permitiese adivinar que se preparaba un asalto. Se temía que como señal de inicio intentasen lanzar un ataque suicida con un camión cargado con explosivos contra la puerta de entrada principal.

Quizás los talibanes interpretaron mal el movimiento estratégico del día anterior y pensaban que con la retirada danesa y británica, junto con la llegada de medio centenar de policías afganos enviados al matadero, apenas tendrían oposición. En su lugar fueron recibidos por un aluvión de disparos que les frenaron en seco.
El Major Jowett bajó de la azotea del puesto de mando y preguntó a los hombres encargados de las escuchas de las comunicaciones enemigas si se podían adivinar ordenes de ataque. Por el momento se limitaban a manejar tácticamente el combate, así que Jowett, acompañado de un soldado, corrió agachado para dar un primer vistazo al perímetro defensivo y comprobar cómo marchaba la lucha. Al aproximarse a las posiciones de los afganos pudo ver que su moral de combate era excelente. Se reían y devolvían sin pestañear el fuego a los talibanes, lanzando con gran efectividad sus RPGs contra sus enemigos. Puede que en apariencia no fuesen precisamente marciales, pero aquellos hombres sabían pelear duro, tenían experiencia y no serían un problema de en la defensa del DC.
Al llegar al puesto de observación le extrañó no escuchar el inconfundible sonido de las ametralladoras de 12,7 mm, cuya mera presencia es una garantía a la hora frenar en seco un ataque enemigo. En el tejado fue informado de que había un problema con la munición y que esta hacía que se encasquillase el arma con cada disparo. Por el momento tendrían que confiar en las siempre fiables ametralladoras de 7,62mm. Alimentadas cinta tras cinta, eran las encargadas de sostener un volumen de fuego tal que mantuviese clavados a los talibanes en sus posiciones.
Gracias a la disciplina de fuego tantas veces practicada en las maniobras, los soldados ingleses fueron ganando poco a poco el dominio en el tiroteo, ayudados por unos morteros que no paraban de batir las posiciones enemigas según iban siendo localizadas, disparando con los tubos casi verticales, ya que en algunos lugares apenas separaban un par de docenas de metros a los dos contendientes.
Cuando la batalla llevaba una hora rugiendo y sin señales de ir a terminar en breve, Jowett decidió que era el momento de emplear a la aviación, que había permanecido hasta entonces a la espera. Su temor era que si la situación se alargaba, más tarde o más temprano un disparo fortuito podría alcanzar a uno de sus hombres, pues sabía que solicitar un helicóptero de evacuación de bajas (CASEVAC) en las circunstancias actuales era una locura. Las tres primeras granadas de mortero lanzadas por los talibanes explotaron alrededor del DC y aquello acabó de decidirle. El ataque aéreo seguramente acabaría con el combate.
De nuevo en la azotea del puesto de mando, los JTAC se pusieron en contacto con los dos pilotos, pertenecientes a la Texan Air National Guard. Su primer objetivo sería la serie de edificios situados a escasos metros del muro oeste. Mediante la radio se ordenó a la sección de morteros que cesaran sus disparos con el fin de no alcanzar a los A-10 cuando realizasen su pasada a baja altura. Del mismo modo se avisó al resto de personal de la Easy Company para que bajaran las cabezas y permaneciesen agachados.
Iniciaron su picado siguiendo un sentido Norte-Sur y paralelos al muro occidental. La primera constancia del ataque fue una sucesión de explosiones en los edificios ocupados por los talibanes, que levantaron una enorme nube de humo y polvo. Segundos después un rugido grave e inconfundible se superpuso a toda la cacofonía de las ametralladoras y fusiles.
El fuego talibán proveniente del sector oeste fue acallado completamente y en los otros laterales apenas se escuchaban disparos. Lo que si se podía oír era a los defensores gritando de júbilo por la extraordinaria exhibición de apoyo aéreo. Una y otra vez los aviones iniciaron su maniobra de ataque hasta que se quedaron sin munición.
Cuando se marcharon un silencio inquietante y tenso imperaba en el campo de batalla, únicamente roto por disparos ocasionales al divisar a algún talibán retirándose. Eran las ocho de la mañana y el primer combate había finalizado.
Para muchos de los soldados aquella había sido la primera vez en su existencia que habían tenido que luchar por su vida en una batalla. Con la adrenalina todavía corriendo por su sangre comentaron todos los incidentes con sus igualmente excitados compañeros. Bañados de sudor, cubiertos de polvo y rodeados del olor a pólvora, bebieron agua para calmar su sed, humedecer sus secas gargantas y reponerse durante estos instantes de calma.

No había tiempo para confiarse. Todavía quedaban atacantes dispersos que disparaban de vez en cuando, por lo que con la debida precaución comenzó una febril actividad para prepararse para otro ataque. Las armas necesitaban ser limpiadas, los cargadores rellenados, la munición restablecida, los puestos dañados tenían que ser en buena medida reparados, se prepararían alimentos y las botellas de agua serian reemplazadas. Por el momento no habría descanso.
Mientras los suboficiales se encargaban de que todas esas tareas se llevasen a cabo, el Major Jowett se trasladó al puesto de mando para informar de lo acontecido a sus superiores de la TF Helmand.
En la sala se le unieron el Captain Mark Johnson y el Lieutenat Paul Martin, comandantes de los dos platoon irlandeses. Fascinados por la experiencia por la que habían pasado y orgullosos del desempeño de sus hombres, informaron al Major Jowett del transcurrir del combate. Los afganos se habían comportado, así como la sección de reserva, que había acudido a aquellos lugares en donde la lucha había sido más enconada.
Satisfechos como estaban, a ninguno de ellos se le podía escapar que habían sido muy afortunados por no haber tenido ningún herido en sus filas, pero sabían que tarde o temprano podría ocurrir y no podrían contar con helicóptero alguno que pudiera ayudarles. Tendrían que reforzar las medias para poder atender a los heridos en el edificio médico.
Por la inteligencia obtenida a través de la escucha de las radios de los talibanes pudieron ir completando un cuadro de la cadena de mando enemiga analizando quien daba órdenes a quien. Si conseguían adivinar la identidad del comandante que estaba al mando del asalto al DC y organizar contra él un ataque aéreo las cosas podrían mejorar notablemente.

Lo que más contrariaba a los oficiales es que la maraña de calles, casas y edificaciones rurales típicas del paisaje afgano permitían a sus enemigos pasar inadvertidos hasta estar a escasos metros. SI pudieran localizar los lugares donde se concentraban antes de dirigirse al pueblo, quizás podrían acabar con ellos antes de que atacasen.
Escuchando a los cabecillas talibanes dar las referencias para agruparse podrían intentar bombardearlos.
Otra vez sin previo aviso se inició un tiroteo similar al primero. Mientras multitud de balas impactaban contra las instalaciones del DC desde todas las direcciones, los hombres de la Easy Company salieron de sus lugares de descanso y corrieron a sus posiciones prestos a devolver el fuego. Algunos estaban en chanclas y otros en camiseta, pero para sus superiores lo importante era que siempre llevasen el casco y el chaleco reglamentarios.
El ritmo de la batalla fue idéntico al anterior. A la larga la disciplina de disparo británica ganó la partida a las descargas caóticas de sus enemigos. Los morteros castigaban las casas donde las ametralladoras PKM estaban colocadas y eran su fuego era respondido por un lanzacohetes de 107 mm de origen chino oculto. El primer proyectil cayó en una explanada y el segundo impactó directamente contra el puesto de mando, aunque afortunadamente no llego a explotar. Obviamente los sirvientes de esa arma sabían emplearla, usando la pequeña torre situada justo enfrente del portón del DC como punto de referencia.
En esta ocasión sobrevolando la escena de los combates estaban un par de F-18 armados con bombas de precisión de 1.000 libras. Su objetivo sería un edificio de tres plantas donde los asaltantes habían colocado ametralladoras PKM y RPGs. Estaba a menos de un centenar de metros y dentro del área de 150 metros determinada como “danger close”.

Tendrían que arriesgarse. Por la red de radio de la compañía avisaron para que dejasen de disparar y se tumbaran con la boca abierta y los oídos tapados. Ese gesto podría haber advertido a sus adversarios de la inmediatez del bombardeo, pero estaban tan concentrados disparando a los británicos que no se percataron. Un silbido penetrante precedió a una explosión apocalíptica seguida por una onda expansiva que paso por encima de sus cabezas. Una segunda bomba cayó junto a la anterior y el suelo tembló mientras dos columnas de humo y polvo se elevaban en el cielo. El campo de batalla quedó en silencio.
Durante el resto del día se sucedieron cuatro ataques más, cada uno tan virulento como los precedentes. Miles de balas impactaban contra las posiciones británicas y granadas de RPG se estrellaban contra los muros. Los paracaidistas respondían con sus subfusiles, ametralladoras medias y morteros. Siempre era el apoyo aéreo el que daba por finalizado el asalto con bombas. En el último de los intentos, un B1 Lancer dio por finalizada la jornada al arrojar una bomba de 2.000 libras contra un edificio, convirtiéndolo en escombros y polvo. Las radios de los talibanes llenaban las ondas de comentarios sobre las tremendas bajas sufridas.
Al anochecer los hombres estaban agotados no solo por el esfuerzo físico, sino también por la tensión acumulada durante el día. Antes que nada tendrían que volver a prepararse para responder otro ataque, comprobar la munición consumida, cenar y tratar de dormir unas pocas horas hasta que les correspondiese realizar la guardia nocturna. Este había sido sólo el primer día de 60… (Segunda parte).
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