La Casa Blanca tiene nuevo inquilino. Europa necesita una solución

Retrato oficial de Donald Trump
Retrato oficial de Donald Trump. Con la llegada del republicano a la Casa Blanca se abre una nueva era en la política internacional, lo que tendrá un impacto notable sobre Europa. Fuente: The White House.

Como evoca el realismo y recoge la Historia, el poder es la única herramienta válida en el convulso escenario de la política internacional. El periodo posterior a la Guerra Fría, el denominado “fin de la Historia”, ha constatado que es el ejercicio del poder político, referido al interés nacional, el que conforma la realidad geopolítica. Cuando el poder se emplea mediante estrategias sin una finalidad factible, como ocurrió con las intervenciones militares estadounidenses, tras el 11-S, en busca de la “construcción de naciones”, el resultado sólo puede ser un fracaso histórico. La guerra de alta intensidad de Ucrania y la llegada de Trump a la Casa Blanca suponen un nuevo cambio y marcan el final de una época, especialmente en lo que a Europa se refiere.

Un año atrás, Ejércitos publicó un análisis titulado «El ejercicio del poder (3)«. El presente escrito podría considerarse una continuación de esta serie de artículos, llegando además en un momento clave para la política internacional. No hay que olvidar que las perspectivas de cambio en la geopolítica mundial se han visto galvanizadas como consecuencia del regreso de Trump a la Presidencia norteamericana, lo que implica la consiguiente reformulación de la política exterior estadounidense, circunstancia que significa además la ruptura del modelo norteamericano de alternancia bipartidista seguida por Estados Unidos desde la caída de la Unión Soviética.

En el ámbito geopolítico, la aplicación de dicho modelo tras la Guerra Fría, ha producido, entre otras circunstancias competitivas: rivalidad entre grandes potencias, competición armamentista, guerra híbrida, declive de las instituciones internacionales, grandes migraciones y competición tecnológica. Durante el periodo presidencial de Biden, las decisiones no fueron exitosas. Estados Unidos fue humillado en Afganistán, Ucrania fue invadida por Rusia, Israel atacado por Hamás e Irán, los rebeldes hutíes bloquearon descaradamente la libertad de navegación en el Mar Rojo, el África subsahariana se perdió ante rusos y chinos, un señor de la guerra tomó el control de Siria con ayuda turca, y China se hizo más fuerte y más agresiva en Taiwán y más allá. El denominado ámbito unipolar ha degenerado en un “orden” con reminiscencias imperialistas, que no fue capaz de disuadir a Rusia de la agresión a Ucrania, a la vez que propiciaba un eje revisionista formado por China, Rusia, Irán y Corea del Norte.

En los últimos años, la conducta de las potencias europeas ha puesto de manifiesto su limitada capacidad de actuación, tanto individualmente como asociadas, para influir en la resolución de las situaciones geopolíticas más importantes, tanto a escala global como en los de su propia periferia que le afectan directamente. La Península Europea, cuya seguridad y defensa, desde la Guerra Fría, ha estado en manos estadounidenses mediante el paraguas nuclear de la OTAN, ha seguido actuando como pivote geopolítico en beneficio norteamericano, al presentar un pobre desempeño estratégico, debido a problemas de política interna como: atrofia estratégica, desindustrialización, problemas demográficos y la pérdida de competitividad económica, a los que habría de añadir, la hegemonía de los “valores europeos” (entiéndase la corrección política de ciertos sectores del espectro político, integrada por aspectos tan dispares como clima, género, diversidad, equidad e inclusión) en precariedad al tiempo de la salida de Biden.

Durante los mandatos de Obama y Biden, las élites gobernantes europeas estaban sincronizadas hasta el punto de no tolerar la opinión disidente, ya que se consideraba una amenaza para el sistema. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca no hace más que aumentar la incertidumbre que enfrenta una de las regiones más estables y prósperas del mundo. Dado que las directivas de Washington para la nueva legislatura suponen, de hecho, un cambio drástico, los regímenes europeos se enfrentan a la posibilidad de tener que renunciar a muchos de sus preciados “valores” liberales, entre ellos la unanimidad en la decisión.

Ante esta situación hay que añadir que, coincidiendo con la guerra de Ucrania, Alemania ha entrado en una profunda crisis, al igual que los regímenes de Francia y otros países de la UE, a los que cabe añadir una España sumida en una absurda carrera de introversión destructiva. La nueva administración Trump resulta, por tanto, bastante inquietante para las élites gobernantes y los medios tradicionales de gestión europeos.

Los generosos estados de bienestar de Europa se encuentran bajo una presión cada vez mayor a medida que el débil crecimiento económico choca con las crecientes demandas sobre los presupuestos gubernamentales, en particular por parte de las poblaciones que envejecen.

Estados Unidos es el mayor comprador de bienes europeos y se espera que los aranceles que Trump prometió durante la campaña afecten negativamente a la región. Incluso la mera amenaza de mayores gravámenes a las importaciones podría hacerlo, debido al lastre resultante para la inversión empresarial, ya que las empresas deben actuar con cautela, según los analistas de Goldman Sachs y JP Morgan.

También es hasta cierto punto dudoso que Europa pueda seguir disfrutando como hasta ahora de la protección militar estadounidense, ya que Trump amagó con abandonar a los aliados de la OTAN, mayoritariamente estados europeos, si no aumentan el gasto en defensa. A principios de enero, pidió a los miembros de la alianza militar que debían aumentar el gasto de defensa hasta el 5% de su producto interno bruto, actualmente el 2%, un nivel que muchas economías europeas aún no han alcanzado.

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