El declive de Rusia, por más que sea un declive relativo, es un hecho. Pese a ello, en los últimos años la presencia rusa en los medios de comunicación occidentales ha sido una constante. Su amenaza se ha magnificado hasta límites increíbles, un fenómeno que comenzó a ganar fuerza a raíz de su precaria victoria sobre Georgia en 2008 y que ha alcanzado cotas perversas tras la anexión de Crimea en 2014 y la intervención en Siria, un año después o las acusaciones de manipulación relacionadas con la campaña electoral estadounidense. La realidad rusa, pese a todo, es muy diferente y solo puede definirse de una forma: como la de un imperio en retirada.
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