Operación Telaraña: ¿el final de las bases militares tradicionales?

Fotograma del ataque ucraniano a las bases militares rusas durante la "Operación Telaraña"
Fotograma del ataque ucraniano a las bases militares rusas durante la "Operación Telaraña". Fuente: Ministerio de Defensa de Ucrania.

El panorama militar global ha cambiado drásticamente en los últimos años, con especial virulencia desde que comenzara la invasión rusa de Ucrania, debido a la proliferación de misiles y drones de largo alcance dotados de una altísima precisión y letalidad. Ataques como el recientemente llevado a cabo por el SBU contra la flota de bombarderos rusos, en la que se ha bautizado como «Operación Telaraña», demuestran la vulnerabilidad de las bases militares tradicionales frente a estas amenazas y plantean un desafío sin precedentes para la seguridad de las instalaciones militares, sean del tipo que sean. A lo largo de las siguientes líneas esbozaremos una serie de ideas encaminadas a mitigar los efectos de estos ataques, reevaluando de paso el concepto de base militar, haciendo hincapié en la necesidad de «endurecer» las infraestructuras, así como de optimizar la arquitectura de las redes de telecomunicaciones, y explorando de paso el uso de bases más pequeñas , distribuidas e, incluso, móviles. Además, aunque someramente, se abordan también las necesidades energéticas y logísticas de un nuevo entramado del tipo del propuesto, así como algunas de las implicaciones operativas que tendría la adopción de las medidas que aquí se recogen.

Índice

  • La «Operación Telaraña»
  • La noción tradicional de base militar
  • La «Operación Telaraña» y las nuevas amenazas
  • Repensando las bases militares

    • Medidas paliativas
    • Distintas opciones para el futuro
    • Nuevas arquitecturas de comunicaciones
    • Necesidades energéticas y logísticas
    • Implicaciones operativas

  • Conclusiones y recomendaciones

La «Operación Telaraña»

El pasado día 1 de junio de 2025 forma ya parte de la historia militar, como el día en que Ucrania llevó a cabo uno de los ataques más audaces y complejos conducidos hasta la fecha contra ningún un objetivo estratégico, particularmente por lo limitado de los medios empleados y por el uso imaginativo y rompedor que hicieron de ellos. No es nuestra intención, explicado esto, describir en profundidad lo sucedido, ya que dedicaremos a la «Operación Telaraña» un artículo específico en el futuro. Sin embargo, sí consideramos imprescindible dar al menos unas breves pinceladas de lo ocurrido.

La acción, bautizada como «Operación Telaraña», nada tiene que envidiar a las llevadas a cabo en su día por la Décima Flottiglia MAS italiana o al ataque Günther Prien contra Scapa Flow, por citar solo dos de las más conocidas. Con la diferencia de que, en esta ocasión, el objetivo no eran cruceros enemigos, portaaviones o destructores, sino los bombarderos de largo alcance empleados por la Fuerza Aérea rusa como plataformas de lanzamientos de misiles con las que atacar a diario la infraestructura y las ciudades ucranianas. Bombarderos que eran, además, la tercera pata de la triada nuclear rusa.

El ataque, llevado a cabo utilizando varios comandos que habían logrado introducir en lo más profundo de Rusia camiones cargados con drones, fue conducido desde la distancia. El propio Zelenski aseguró que los equipos encargados de la inserción se habían retirado de Rusia horas antes de la acción, aunque esto podrían no ser del todo así y más una cortina de humo para dificultar su detención por parte de Rusia o para incrementar la paranoia de su enemigo. Paranoia que ahora mismo debe ser extrema, toda vez que cualquier vehículo sospechoso cercano a cualquiera de sus decenas de bases es motivo de sospecha; máxime teniendo en cuenta que este ataque ha coincidido con las filtraciones de documentos relativos a las Fuerzas Estratégicas rusas, ya citadas en informes anteriores.

Al tratarse de un ataque múltiple, habría necesitado de una gran planificación previa. Además, en este caso la «Operación Telaraña» contaba con la particularidad del que los ucranianos habrían llevado a cabo el grueso de la preparación en el interior de la propia Rusia, alquilando para ello un almacén en Chelyabinsk, en el que habrían sido ensamblados los contenedores portadrones. En total, las fuentes oficiales del país afirman haber empleado 117 drones manejados empleando Ardupilot y 4G/LTE. Es decir, que no dependían de radiofrecuencia directa, sino que operaban como nodos conectados por red móvil, posiblemente con control remoto vía VPN o redes mesh.

En cuanto a las bases atacadas,  han sido las de Olenya, en Murmansk, Belaya, en Irkutsk, Ivanovo en la región del mismo nombre y Dyagilevo, en Riazán. Por el momento, continúan las discusiones en torno al número de bombarderos y otros aparatos alcanzados, con cifras procedentes de analistas independientes que rebajan en buena medida las anunciadas inicialmente desde el SBU. Además, aeronaves como los Beriev A-50 alcanzados eran aparatos que llevaban años fuera de servicio y posiblemente estuviesen cercanos al desguace. Por otra parte, en el caso de los bombarderos los daños parecen haber alcanzado a las más de 40 aeronaves de las que los ucranianos hablaban inicialmente. En cualquier caso, sigue siendo un golpe devastador, con un impacto que, como explicamos en su momento, tiene más que ver con otros aspectos que con la propia flota de aeronaves estratégicas.

Más allá de esto, y de la severa laminación de las capacidades de la aviación estratégica rusa que implica el ataque, la «Operación Telaraña» deja claro, una vez más, que la propia concepción de base militar está quedando en buena medida desfasada; un problema que afecta por igual a los estadounidenses en las cadenas de islas alrededor de la República Popular de China, que a los españoles no ya en Ceuta y Melilla, sino en Canarias, Cartagena, Cádiz o Sevilla. De hecho, mucho más allá, toda vez que muchos de los ataques ucranianos llevados a cabo a larga distancia en lo que va de guerra (por no hablar del alcance de los drones Shahed/Geran y los misiles rusos), han implicado recorrer distancias que superan con mucho la que hay entre Marruecos y Ferrol. Toca pues pararse a pensar si la concepción actual de las bases militares en servicio, pensadas para optimizar recursos y maximizar la eficiencia gracias a la concentración de medios y activos, es la más adecuada o si, por el contrario, han de introducirse cambios radicales.

https://www.revistaejercitos.com/articulos/enjambres-de-drones-el-futuro-de-la-guerra-ha-llegado/

La noción tradicional de base militar

La noción tradicional de base militar nos trae siempre a la cabeza una instalación diseñada para albergar, entrenar, equipar y desplegar distintos componentes de las Fuerzas Armadas: complejos fortificados o no que, en cualquier caso, concentran personal, armamento, vehículos, sistemas de comunicación y logística en un solo lugar, con el objetivo de maximizar la eficiencia operativa, la seguridad y la capacidad de respuesta ante amenazas al tener todos los elementos necesarios en un único espacio. La estructura de una base militar incluye barracones, almacenes, hangares, pistas de aterrizaje o dársenas en su caso, instalaciones de mando y control y, cada vez más, elementos que hacen más cómoda y llevadera la vida diaria de los militares, desde comedores y gimnasios a hospitales y áreas recreativas.

Históricamente, las bases militares han evolucionado siempre en función de las necesidades estratégicas y del estado de la tecnología de cada época. En la antigüedad, los ejércitos construían campamentos fortificados temporales, como los castra romanos, diseñados para proteger a las legiones durante campañas. Estos campamentos ya incorporaban principios de organización, con áreas designadas para el mando, la tropa y los suministros, sentando las bases para las instalaciones permanentes.

En la Edad Media, los castillos y fortalezas cumplían funciones similares, actuando como centros defensivos y de control territorial. Con la llegada de la pólvora y la artillería, las fortificaciones se volvieron más complejas, diseñadas para resistir asedios prolongados. Durante los siglos XVIII y XIX, la profesionalización de los ejércitos y la Revolución Industrial llevaron a la creación de bases más grandes y permanentes, en la línea de lo que todavía podemos ver hoy.

En el siglo XX, las bases militares alcanzaron una escala sin precedentes debido a los conflictos mundiales y la Guerra Fría. Las dos superpotencias llegaron incluso a establecer redes globales de bases para proyectar su poder, proteger rutas comerciales o contener al adversario, en función de la latitud de la que hablemos. Estas instalaciones, como las bases aéreas de la OTAN o las bases navales que los soviéticos tenían por el Mediterráneo o el Índico, necesitaban ya de importantes medios tanto de telecomunicaciones, como destinados a la autodefensa. En este caso, el mayor problema para las bases en la retaguardia profunda lo presentaban la aviación enemiga y los misiles dotados de cabeza de guerra convencional, fuesen de crucero o balísticos (salvo en el caso de que la guerra escalase a lo nuclear, aunque en este caso se confiaba en la dispersión y el endurecimiento de las instalaciones, así como en la relativamente escasa precisión de buena parte de los vectores). Además, los tratados de limitación de determinados tipos de armamento jugaban a favor de la seguridad de las bases.

Es de esta época de la que datan bases como la archiconocida base alemana de Ramstein, usada por los Estados Unidos, la de Aviano, en Italia, las tres compartidas en España, o las que los norteamericanos operan por ejemplo en territorio japonés. Lo mismo, sin ir más lejos, que la Unión Soviética hacía en algunos países del Pacto de Varsovia o en Vietnam, en la famosa bahía de Cam Ranh.

En tiempos de guerra industrial, había razones sobradas para diseñar bases de gran tamaño, en las que se concentrasen efectivos y medios de diversas unidades. En primer lugar, la concentración de recursos permitía una gestión centralizada, lo que facilita la coordinación de operaciones complejas, el mantenimiento de equipos y la rápida movilización de tropas. Además, al mismo tiempo se optimizaban los plazos de respuesta. Por otra parte, al tratarse de instalaciones muy costosas, debido a la necesidad de endurecer parte de las instalaciones, construir bases de gran tamaño permitía aprovechar las economías de escala, al ser más eficiente el mantenimiento de una sola gran instalación que la de varias más pequeñas repartidas por toda la geografía. Y, aun así, el número de bases secundarias que se mantenían abiertas, aunque en muchos casos en estado latente, era enorme; basta echar un vistazo a la geografía rusa con Google Maps para encontrar literalmente decenas de ejemplos de instalaciones ahora abandonadas, pero que estuvieron activas durante la Guerra Fría y que en caso de conflicto habrían tenido un papel crucial.

Además de lo anterior, las bases grandes permiten el entrenamiento conjunto de diferentes ramas de unas mismas Fuerzas Armadas (Ejército, Marina, Fuerza Aérea), lo que mejora la interoperabilidad; algo replicable al hablar de bases compartidas por varios países aliados. Y, por otra parte, las bases suelen incluir instalaciones avanzadas de inteligencia y comunicación, esenciales para la planificación y ejecución de operaciones modernas, pero necesitadas de equipos muy caros y de la atención de especialistas, todo lo cual es más fácil cuando el número de localizaciones es relativamente escaso.

Por último, tampoco puede obviarse la cuestión de la proyección de poder en todas sus vertientes. Las grandes bases, especialmente las ubicadas en regiones estratégicas, sirven como demostración de fuerza y tienen por tanto un importante componente tanto disuasivo, como en lo concerniente a la diplomacia militar, incluyendo el hecho de que contribuyen a evitar el decoupling entre aliados al ser una muestra de compromiso.

https://www.revistaejercitos.com/articulos/la-organizacion-basada-en-la-eficiencia/

La «Operación Telaraña» y las nuevas amenazas

Las bases militares tradicionales, diseñadas como centros fijos en los que concentrar recursos y desde los cuales proyectar el poder, se enfrentan en la actualidad a una serie creciente de riesgos consecuencia de los avances tecnológicos, la generalización de tácticas asimétricas y también del paso a un nuevo contexto global de competición estratégica entre grandes potencias que, en buena medida, se libra en la Zona Gris del espectro de los conflictos. Estos riesgos, que incluyen desde drones FPV lanzados desde plataformas nodriza (sean aéreas, navales o terrestres) hasta misiles balísticos y de crucero (cada vez más, de coste más asumible), drones de largo alcance, terrorismo y ciberataques, están incrementando sobremanera el grado de vulnerabilidad de estas instalaciones.

En el primer caso, el de los drones FPV, pequeños, ágiles y precisos, representan una amenaza significativa debido a su bajo costo y capacidad para realizar ataques quirúrgicos, pero también masivos, combinando la cantidad con la precisión, en una combinación aterradora. Cuando se despliegan desde plataformas nodriza, su alcance y versatilidad aumentan de forma importante, permitiendo ataques coordinados a gran distancia con tintes estratégicos, con lo que superan por mucho su origen eminentemente táctico. Estos sistemas pueden evadir radares tradicionales por su baja firma electromagnética y su capacidad para operar en enjambres, saturándolos. Además, en el caso de los filoguiados, son inmunes a la guerra electrónica. Aunque la mayor parte del uso que se da a estos aparatos sigue concentrándose en el frente, a distancias que ya rondan los 30 kilómetros, su uso a partir de plataformas nodriza los convierte en un arma ideal contra bases militares ya que, dada la alta concentración de activos valiosos y el bajo coste de cada dron individual, se pueden atacar múltiples objetivos a un tiempo, dirigiendo uno o varios aparatos contra cada uno de ellos y todo con un coste global que podría ser inferior al de muchos misiles, capaces salvo que recurran a submuniciones de batir un solo objetivo. El gran problema añadido de esta combinación es que, debido precisamente a su coste y a la facilidad de empleo, serán una opción cada vez más común entre insurgencias e incluso grupos terroristas, lo que multiplica el riesgo de que se lleven a cabo ataques incluso en tiempos de paz.

En el caso de los misiles balísticos y de crucero, especialmente los hipersónicos, constituyen una amenaza directa para las bases militares debido a su velocidad, precisión y capacidad para superar sistemas de defensa antimisiles. Países como China y Rusia han desarrollado misiles avanzados, como el DF-21D chino, diseñados específicamente para atacar portaaviones y bases fijas en el Pacífico. Estos sistemas empleados de forma masiva podrían llegar a neutralizar bases clave en cuestión de minutos, destruyendo pistas de aterrizaje, almacenes de combustible, hangares, depósitos de municiones o sistemas de comunicación y de Mando y Control.

Los drones de largo alcance, como los utilizados en conflictos recientes en Ucrania y Oriente Medio (buen momento para recordar las maniobras iraníes «Camino a Jerusalén» de 2019) permiten a los atacantes golpear bases militares desde cientos o miles de kilómetros de distancia. Estos sistemas, equipados con cargas explosivas o capacidades de reconocimiento, son difíciles de detectar y contrarrestar debido a su autonomía y capacidad para volar a baja altitud. Su uso por actores estatales y no estatales complica la defensa, ya que las bases deben invertir en costosos sistemas antidrones, como láseres o contramedidas electrónicas, para protegerse.

El terrorismo, por su parte, sigue constituyendo una amenaza significativa, especialmente para bases en regiones inestables. Los ataques suicidas, el empleo de vehículos cargados de explosivos o las infiltraciones pueden explotar vulnerabilidades en la seguridad perimetral, si bien esta ha mejorado notablemente gracias a experiencias como las de Irak o Afganistán, la inclusión de barreras de hormigón, barreras levadizas, el perfeccionamiento de los controles y demás. Ahora bien, la combinación entre terrorismo y las herramientas anteriores, desde drones de bajo coste a cohetes y misiles, multiplica el riesgo de que cualquier ataque provoque daños inaceptables.

Aunque nos estemos centrando en los ataques físicos o cinéticos, no hay que olvidar tampoco que en un mundo cada vez más digitalizado y dependiente de centros de datos e infraestructuras de comunicaciones, pero también de programas de control o de software de mando y control entre otros, los ciberataques representan uno de los mayores riesgos para las bases militares. Estas instalaciones dependen de redes de comunicación, sistemas de mando y control, y tecnologías integradas para operar. Un ataque cibernético exitoso podría desactivar sistemas de defensa, interrumpir la logística o comprometer datos sensibles, como planes operativos o ubicaciones de tropas, sí, pero también afectar a la generación eléctrica o a otros servicios básicos de una gran base militar. En este sentido, resulta más difícil que el daño causado pueda ser extenso si hablamos de un gran número de bases de tamaño menor y con una arquitectura de red bien diseñada, para evitar que los daños sufridos por una puedan extenderse al resto.

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