La guerra de Ucrania, que dura ya tres largos años, ha vuelto a poner de actualidad la amenaza que supone para Europa la Rusia de Vladimir Putin, un régimen expansionista y agresivo que aspira a recuperar el estatus de potencia regional a costa de sus vecinos, muchos de ellos exrepúblicas de la Unión soviética y hoy miembros de la OTAN.
Índice
- Introducción: la necesidad europea de una mayor autonomía
- Una perspectiva realista sobre la amenaza rusa
- Los sistemas de defensa antimisil
- La red de alerta europea
- El factor masa
- La defensa antimisil en clave geopolítica
- Conclusiones
Introducción: la necesidad europea de una mayor autonomía
La invasión de Ucrania, aunque injustificable, responde en buena medida a la expansión de la OTAN hacia el este y a la percepción que Moscú tenía y tiene de lo veía como una amenaza directa a sus intereses. Poco importa la libre elección de estos países soberanos en el relato del Kremlin, que no solo era temido por los pueblos que un día se vieron sometidos a su yugo, sino que a la postre ha obligado también a históricos países neutrales a buscar la protección de la OTAN, como han sido Suecia y Finlandia.
Lo que nadie esperaba en la vieja Europa era que, justo después de este momento postrero de éxito de la Alianza atlántica para vertebrar una respuesta ante el régimen ruso, fuera la nueva administración norteamericana, dirigida por Donald Trump, la que dinamitara en buena medida la organización; aceptando no solo los postulados del Kremlin en su enfrentamiento con Ucrania, sino también mediante posturas desafiantes e incluso amenazadoras contra algunos de sus socios.
El clima de enfrentamiento, con una combinación de agresiones verbales, declaraciones altisonantes y acciones comerciales hostiles, han minado hasta límites insospechados el vínculo trasatlántico; llegando a despertar en Europa una conciencia de defensa que, en algunos casos, va mucho más allá de las demandas americanas de un incremento de las inversiones.
Ciertamente, el interés de EEUU en el Pacífico y su enfrentamiento con China por la hegemonía mundial, hace tiempo que se tradujo en presiones para que Europa ganara autonomía en su propia defensa, tornándose ahora en amenazas directas relativas a la retirada de tropas norteamericanas de Europa, al tiempo que llegaba a poner en duda los mecanismos de seguridad reflejados en el Artículo 5 del atlántico norte. En palabras del propio presidente Trump, era poco probable que EEUU acudiera en defensa de un país agredido cuando esos países seguramente tampoco acudirían a la llamada de EEUU; olvidaba así por completo que la única vez que se invocó este artículo fue por parte estadounidense a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001, acudiendo sus con premura a ayudar en su lucha contra el terrorismo (y asumiendo de paso más de un millar de bajas mortales en el consiguiente conflicto de Afganistán).
El enfrentamiento entre ambas orillas del Atlántico parece haber ido, en esta ocasión, mucho más allá de los acuerdos firmados en 2016 para incrementar los gastos de defensa hasta el 2% del PIB de cada país miembro (como medida proporcional del esfuerzo realizado). Hasta el punto de que, finalmente, los Estados miembros han aceptado este 2025 incrementar esta cifra a nada menos que el 3,5%; obligando a Europa a realizar un notable esfuerzo desde sus propias instituciones (encabezadas por la Unión europea) para facilitar mecanismos no solo de inversión, sino que permitan con el tiempo también una gradual desconexión respecto del dispositivo militar de EEUU, al que se considera cada vez menos fiable.
Cabe decir, a propósito de los temores europeos, que buena parte de ellos tienen una base técnica. La cada vez mayor importancia de las tecnologías informáticas en los sistemas de combate, que se mantienen bajo control del fabricante y las agencias estatales de seguridad del exportador, han generado existir serias dudas sobre las posibilidades reales de empleo autónomo de complejos sistemas de armas norteamericanos si dicho país deniega el derecho de uso a sus clientes. Este temor ha tenido al caza de nueva generación F-35, comprado por varios países del Viejo Continente, como gran protagonista en los medios de comunicación generalistas; si bien no es ni el elemento más delicado ni el más importante de los que componen la notable dependencia que tiene Europa de las tecnología avanzadas de EEUU.

Una perspectiva realista sobre la amenaza rusa
Sin duda, la guerra de Ucrania ha despertado conciencias sobre la amenazadora presencia al este de Europa del ancestral enemigo ruso. Sin embargo, la situación actual no es tan sencilla como lo fuera en algunos aspectos durante la Guerra Fría. La asumida debilidad de Rusia ante la OTAN, más reconocida en Moscú que en algunas cancillerías europeas, obliga a tratar esta amenaza desde una perspectiva menos convencional.
Es muy poco probable, por no decir imposible, que Rusia lance un ataque contra territorio cubierto por el Tratado del Atlántico Norte; esto es debido a que aunque se produjera de forma limitada a modo de conflicto regional con alguno de sus miembros, tendría implicaciones globales que Rusia no puede asumir. A la debilidad del Ejército y la Fuerza Aérea rusas, puesto de manifiesto en el mismo conflicto ucraniano, se suma el lamentable estado de su Marina de guerra, netamente inferior a la de las potencias occidentales; es más, los movimientos políticos acaecidos a raíz de la invasión, con la entrada en la Alianza de Suecia y Finlandia, ha debilitado notablemente la posición estratégica del Kremlin en el mar Báltico y el mar del Norte, fundamental para el despliegue de la fuerza nuclear de la Marina de guerra rusa (submarinos). El asunto es de vital importancia, pues de esa fuerza depende gran parte de la capacidad de disuasión y de control de una escalada nuclear, por algo el gobierno ruso ha invertido gran cantidad de recursos a esta fuerza a costa incluso de alguno de sus buques ‘insignia’, como los cruceros Kirov o el malogrado portaaviones “Almirante Kuznetsov”.
Sin control del mar, el Gobierno ruso sólo puede recurrir a las alianzas continentales en el escenario asiático para recibir refuerzos bélicos y/o materias primas; de hecho ya está empleando masivamente armas de Irán y Corea del norte en Ucrania.
Igualmente, el factor continental y su gran profundidad, hace que parte de las armas estratégicas rusas sigan lejos del alcance de los fuegos aliados, como sucede con las bases orientales de misiles y bombarderos estratégicos Tu-160, e incluso de otros aparatos dignos de mención por su novedoso proceder, como los misiles tácticos hipersónicos a bordo de cazas Mig-31. No obstante el medio más eficaz en poder de Rusia siguen siendo los misiles balísticos móviles sobre grandes camiones de varios ejes (hasta 16): una especialidad rusa que ya ha demostrado en el pasado ser muy escurridiza (caso de los misiles Scud iraquíes en 1991) y que se ha potenciado recientemente con nuevos desarrollos.
A los conocidos ICBM como el RS-24 Yars (SS-27 en código OTAN) se une ahora el RS-26 Rubezh, un misil de alcance intermedio (IRBM) que supera los 5.000 km y puede equipar cabezas nucleares o convencionales, como la cabeza de reentrada cinética denominada Oreshnik (otras fuentes asignan este nombre al conjunto del misil, como variante no nuclear) lo que supone que rusia tiene un arma de teatro capaz de batir objetivos estratégicos desde bases seguras sin escalar en el uso de armamento nuclear.
Este misil, por cierto, realizó su primera prueba real el año pasado para gran consternación de la prensa europea, que adornó con muchas exageraciones el impacto de este arma, mal llamada hipersónica (solo la cabeza de reentrada atmosférica lo es, como todo misil balístico de este tipo) y por la cual Rusia podría batir las grandes capitales en rangos de 15 minutos, algo del todo incierto. El lanzamiento se realizó sobre un objetivo en la zona no ocupada de Ucrania, en concreto sobre Dnipró, alcanzando al parecer la factoría de misiles Yuzhmash. Según la inteligencia ucraniana el misil contaría con seis ojivas independientes, capaces de batir otros tantos objetivos, y cada una se compone de seis submuniciones, lo que multiplica el efecto zonal y dificulta su intercepción en el aire (ABM).
Su uso, de forma tan limitada, no representó un valor militar en sí mismo, pero sí una advertencia sobre la capacidad de represalia de la que dispone Rusia. Advertencia que no pasó desapercibida, como tampoco la indefensión de los países limítrofes ante ataques de este tipo. Podemos decir que este es el tipo de amenaza de mayor entidad y probabilidad de uso que afrontan los países europeos, junto al empleo de misiles de crucero y drones de largo alcance, como los utilizados a diario contra Ucrania.

Los sistemas de defensa antimisil
Hasta ahora, la responsabilidad de la defensa antimisiles balísticos (BMD) ha recaído en la OTAN, como parte de su red de defensa aérea global o NATO Integrated Air and Missile Defence System. Esta red incluye los sistemas de control del espacio aéreo de los países miembros a través de dos centros nodales o CAOC (Combined Air Operation Center) situados en Torrejón (zona sur europea) y Uedem, Alemania (Zona Norte), ambos dependientes del Mando aéreo aliado o AIRCOM.
A esta estructura se asignan diferentes fuerzas, especialmente radares de defensa aérea, cazas interceptores y misiles superficie/aire, en particular los de defensa de zona, como los Patriot o SAMP/T, que son complementados por otros de defensa de punto de los tipos Sea Ceptor, NASAMs o IRIS-T.
Con todo, el sistema más importante a la hora de proporcionar capacidad BMD es el AEGIS norteamericano, un escudo que cuenta con dos centros fijos situados en Rumanía y Polonia, así como un elemento móvil en forma de buques de la US Navy situados en la base de Rota (en concreto, seis destructores clase Arleigh Burke).
Este sistema está apoyado por la red de satélites de alerta previa SBIRS (Space-Based Infrared System) que despliega Estados unidos y utiliza principalmente el misil de Raytheon RIM-161 o Standard Missile SM-3, un interceptor exo atmosférico o capaz de intercepción alta. A bordo de los buques de la US Navy también pueden usarse los menos capaces SM-6 o RIM-174, que entre otras virtudes, tienen capacidad ABM terminal; así como el PAC-3 MSE, una versión embarcada del proyectil usado por el sistema Patriot.

No son los únicos sistemas disponibles, ya que aunque no están estacionados en Europa, el US ARMY cuenta también con el THAAD, asociado a un poderoso radar AN/TPY-2 y altamente proyectable, por lo que puede ser desplegado en cualquier momento. No obstante, las relaciones transatlánticas atraviesan un momento especialmente complicado, por lo que han surgido nuevas iniciativas en Europa para evitar la dependencia casi total de EEUU..
Una de ellas procede de Alemania, que ha adquirido en Israel el potente misil Arrow 3 de IAI, un sistema exo atmosférico capaz de abatir misiles e incluso satélites en órbitas bajas, al basar su acción en la intercepción en trayectoria media, barriendo el espacio con su potente radar ELM-2084 Super Green Pine.
Con la intención de integrar este con el resto de los sistemas aliados, Alemania lanzó la European Sky Shield Initiative (ESSI), a la que ya se han sumado 22 países (incluidos dos Estados que no pertenecen a la alianza, como Suiza y Austria). Este sistema permitirá enlazar las baterías de diferentes naciones, siempre que sean de los modelos Arrow, Patriot o Iris-t, pero no el SAMP/T, que operan tanto Francia como Italia; dos significativas ausencias del programa ESSI. De hecho Francia ya expresó sus reticencias a la iniciativa al depender en exceso de la tecnología de Estados Unidos, razón por la que ha lanzado una iniciativa en el seno de la UE para dotarla de capacidad BMD, incluida una red de satélites de alerta similar a SBIRS. Al respecto hay que tener en cuenta el coste de este sistema básico para la alerta previa de misiles; con un tiempo de desarrollo de más de 15 años, cuenta con ocho satélites (seis de ellos de órbita estacionaria) y un coste acumulado de más de 20.000 millones de dólares.

En el marco de la PESCO (Cooperación Estructurada Permanente de la UE), algo posible porque actualmente engloba a Francia, Italia, Alemania, Finlandia, Países Bajos y España, el programa se denomina Timely Warning and Interception with Space-based Theater Surveillance o TWISTER, y consta de una serie de sistemas para poder batir misiles balísticos, de crucero e hipersónicos.
La comisión europea a través de la EDF (European Defence Fund) ha considerado esta capacidad como básica en su nueva brújula estratégica, si bien ha especificado que el sistema será integrable dentro de NATINAMDS como parte del esfuerzo aliado. Por desgracia, los sistemas de armas asociados a esta iniciativa y que compiten entre sí en el seno de la OCCAR (como organismo coordinador de programas), como son el HYDEF (Hypersonic Defense program) liderado por Diehl y el HYDIS (Hypersonic Defense Interceptor System) perteneciente a MBDA, son en ambos casos para interceptores endo atmosférico. Esto significa que Europa carecerá aún durante mucho tiempo de sistemas equivalentes al Arrow 3 o SM-3, de tecnología americana (el Arrow es una Joint venture entre IAI y Boeing).
Igualmente es reseñable que los esfuerzos de España, a través de empresas como SENER, Navantia o Indra, no están en consonancia con la implicación institucional de las Fuerzas Armadas. Si bien España firmó un compromiso para obtener su propia capacidad ABM, a raíz de la cual se adquirió el sistema Patriot y su posterior modernización; ha renunciado a activar la capacidad superior de intercepción exo atmosférica que le otorga el sistema AEGIS a bordo de sus fragatas, únicas en Europa compatibles con el misil SM-3.
Ciertamente este sistema es muy caro (cada misil supera los veinte millones de euros), pero no es menos cierto que nuestro país debe dar un salto de capacidades con el compromiso, igualmente firme, de incrementar el gasto al 2,1% del PIB (en realidad dicho compromiso lo eleva al 3,5%, si bien el gobierno lo descarta en favor de la cifra anterior). Igualmente a través de la EDF como órgano financiador, España podría ofrecerse a poner en servicio y sostener una capacidad hoy inexistente en las naciones europeas y solo comparable a la que adquiere Alemania con el sistema israelí Arrow 3.
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