El presente artículo ofrece un recorrido histórico y conceptual sobre la evolución de las estrategias de influencia, desde las narrativas primigenias en torno a las hogueras prehistóricas hasta las sofisticadas operaciones cognitivas del siglo XXI. A lo largo de la historia, la Humanidad ha transformado los relatos orales en herramientas de cohesión social, propaganda religiosa, manipulación política y control de masas, adaptándose a los contextos y tecnologías de cada época. La propaganda moderna, nacida en el siglo XVII con la Iglesia Católica, evolucionó hacia formas manipuladoras, especialmente durante la Revolución Francesa, donde se combinó con el terror para controlar poblaciones. En el siglo XX, las operaciones psicológicas y de información refinaron estas prácticas, enfocándose en la influencia sobre percepciones y comportamientos. Hoy, las operaciones cognitivas, apoyadas en el acceso masivo a dispositivos móviles y el control reflexivo, buscan moldear decisiones individuales en un entorno de información personalizada. Este análisis no solo traza la genealogía de estas prácticas, sino que subraya su relevancia en el ámbito militar y político, donde el dominio cognitivo se ha convertido en un campo de batalla tan crucial como el marítimo o el aéreo en el pasado. Todo ello mientras invita al lector a reflexionar sobre los desafíos éticos y estratégicos de estas operaciones en un mundo hiperconectado, donde el conocimiento y la manipulación coexisten en una delicada balanza.
Índice
- Introducción
- Evolución
- La propaganda
- La propaganda aviesa
- Las operaciones psicológicas
- Las operaciones de información
- Las operaciones cognitivas
- Conclusiones
- Notas
- Bibliografía
Introducción
En el último lustro, en ambientes militares y académicos, se habla de operaciones cognitivas en discursos y planteamientos doctrinales. Aquí nos adentraremos en este tema.
Dramáticamente, también se habla de guerras cognitivas, como también se habló de la «guerra psicológica» o de la «guerra de la información». Aquí nos inclinaremos por el término «operaciones». La guerra es un contexto maximalista que siempre arrastra a muchas actividades. No obstante, haremos un breve repaso a la evolución de estas «guerras», al concepto de estas y nos detendremos especialmente en las operaciones cognitivas, siguiendo un orden cronológico en lo posible.
La humanidad, a grandes saltos, ha pasado de los cuentos en las covachas a la luz de la luna y del fuego, a las trovas, después a los cantares de gesta, a las prédicas, a la propaganda, a la propaganda aviesa y, de ahí, a las operaciones psicológicas, para pasar a las de información y, en la actualidad, a las operaciones cognitivas.
Parece que todo es lo mismo, pero no es así. En la prehistoria, en los cuentos sobre combates o cacerías legendarias, se buscaba entretener al calor de las hogueras; si bien, esa actividad generó cohesión e identidad de grupo. Estas narraciones muy probablemente se apoyaban en las pinturas rupestres. Algunas de ellas han llegado a nuestros días y parece razonable pensar que trataban sobre hechos significativos que interesaban a todo el grupo humano reunido en torno a la hoguera. Quienes han experimentado una reunión en una noche fría, en torno a un fuego, tras un día agotador, coincidirán conmigo en que es agradable y cohesionador. Con toda seguridad, esa costumbre, por gratificante y cohesionadora para el grupo, se hizo tradición. Se tardarían siglos en racionalizar esa actividad como algo a utilizar intencionadamente, como ocurre con las actuales ficciones de las banderías políticas.
En la antigüedad clásica, aquellos cuentos se transformaron en discursos políticos con una intencionalidad social de algún tipo. Con el tiempo, ya en la Edad Media, tuvieron mayor impacto los cantares de gesta, también las prédicas religiosas. Todos se basaban en un mensaje evocador y esperanzador. Era una época donde, en estos mensajes, para convencer o admirar a algo o a alguien, había mucho arte, mucha retórica y elocuencia para conmover o persuadir. Pero también había mentira, sobre todo en la escena política; tanto es así que San Ambrosio de Milán (340-397) escribió, quizás con amargura, que «la simple verdad es más grande que la ambiciosa mentira de la elocuencia»[1].
Es interesante el anterior apunte que, procedente de las raíces en la iglesia cristiana primitiva, nos expone la necesidad de apoyarse, en cualquier mensaje difusor, en el principio de la veracidad. Decimos que es interesante porque será en esa institución, unos 1300 años después, donde se inventará la propaganda moderna, organizada, con especialistas y con una doctrina. Otras tres ideas de mucho peso.
La propaganda
La Iglesia Católica, en 1622, creó la «Sacra Congregatio Christiano Nomini Propaganda»[2]. La finalidad de este dicasterio vaticano era difundir ideas, pero, para ser más preciso, se pretendía propagar un mismo dogma, en el mismo sentido y en la misma sentencia, lo que sin duda es otra memorable idea, pues pretende una difusión integrada, no contradictoria y con una dirección única. También tenía una misión clara: «la gloria de Dios y la salvación de las almas [y una advertencia]; esta misión no debe estar sujeta a otros intereses materiales»[3].
Con esa Sagrada Congregación nació la propaganda moderna. La organización que la desarrollaba pensaba, como vemos, en la salvación de las almas. Ninguna otra tendrá tan altas miras hasta el momento actual.
Los enemigos de esta organización, y de esa Iglesia Universal, arremetieron contra la idea de propaganda, desprestigiándola. La política también copió la idea, emponzoñando aún más el término. De forma que se creó, entre unos y otros, lo que llamo la «propaganda aviesa», que es la conocida actualmente por el gran público con el simple nombre de propaganda, obviando el calificativo que la define con exactitud, pues abandona la idea de propagación de ideas en favor de la simple manipulación.
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