
El Dynetics X-61A Gremlin concentra en un sólo programa buena parte de los avances que protagonizan la Revolución Militar en ciernes. Un aparato autónomo, colaborativo, reutilizable, modular y susceptible de emplearse a miles de kilómetros gracias a que puede ser transportado en la bodega de un avión de carga y lanzado y recogido desde el aire. Son tantas las posibilidades y tan enorme el reto técnico, que era imposible no dedicar al Dynetics X-61A Gremlin un artículo como este.
Como sabemos, las fuerzas aéreas viven un periodo de transición en el que están pasando de operar mayoritariamente con aparatos tripulados a hacerlo cada vez más con aeronaves no tripuladas. Hay centenares de ejemplos para todo tipo de misiones, desde los aviones de reconocimiento a los de ataque, pasando por los de patrulla marítima. Aun así, dada la velocidad a la que cambian las amenazas, cada día se originan nuevas necesidades para las Tuerzas Armadas. Con estas llegan también nuevas oportunidades con las que cubrir dichas carencias.
Para entender los orígenes del Dynetics X-61A Gremlin, tenemos que remontarnos a mediados de la pasada década, en concreto al mes de agosto de 2015, cuando la DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency, Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa) estadounidense, anunció el lanzamiento de un nuevo programa mediante el cual pretendía materializarse un concepto que podría considerarse como revolucionario: el desarrollo de un vehículo aéreo no tripulado capaz de ser recuperado en el aire por una aeronave nodriza y que, además, fuese lo suficientemente fiable como para poder ser empleado nuevamente en 24 horas. Por supuesto, todo ello siendo capaz de actuar como parte de un enjambre coordinado. Al programa se le adjudicó el código “Gremlin”. Para llevarlo a cabo y como es habitual, se recurrió a la industria publicando la preceptiva RFI (Request for Information, Solicitud de Información).
El objetivo quedaba perfectamente marcado desde el principio: desarrollar un conjunto de UAVs (Unmanned Air Vehicles), que pudieran operar a largas distancias de la línea del frente, de manera coordinada, para flexibilizar las operaciones de una fuerza militar a costes muy inferiores que los que supondría el empleo de aeronaves convencionales. Además, debía ofrecer al menos inicialmente1 capacidades de adquisición de inteligencia, vigilancia, reconocimiento (con sistemas electroópticos o de infrarrojos) y servir como plataforma para otras “cargas no cinéticas” donde podrían incluirse sistemas de Guerra Electrónica (EW). Tampoco sería de extrañar que en una futura fase, estos enjambres ofrezcan además un potencial significativo como nodos de sensores distribuidos en beneficio de otras aeronaves, tripuladas principalmente, aunque también para misiles de crucero. Podrían actuar también como cebo mediante el empleo de equipos electrónicos de perturbación o simular la firma radar de otras aeronaves, permitiendo saturar las más avanzadas defensas aéreas enemigas como paso previo a un ataque, algo no tan novedoso en cierta medida, ya que se lleva haciendo así desde hace varias décadas con otro tipo de “señuelos”.
La pregunta clave es: ¿en qué pensaba DARPA cuando dio luz verde al desarrollo del futuro X-61A Gremlin? Sin duda, en China. No solo, por supuesto, pues también serán útiles para otro tipo de escenarios. No obstante, en lo esencial se trata de un sistema pensado para actuar en las enormes distancias que separan aquellas islas del Pacífico en las cuales se puede operar desde una pista convencional. Pensemos por un momento lo que supondría enviar una fuerza de reconocimiento sobre una de estas islas. Necesitaríamos en primer lugar una (o varias) aeronaves de reconocimiento. Estas, a su vez, deberían contar con una escolta tanto para amenazas aéreas como para posibles defensas antiaéreas situadas en los alrededores del objetivo, es decir, disponer de algunos aparatos destinados a tareas wild weased. A ellos deberíamos sumar, dadas las formidables distancias, un buen número de cisternas. En definitiva, para una «pequeña» tarea como es el reconocimiento de una isla o atolón, estaríamos hablando de un enorme paquete de fuerza formado por un buen número de aeronaves de distintos tipos. Eso para el reconocimiento. Si hablásemos de una misión de ataque, el número de plataformas y el coste aumentarían exponencialmente, de ahí la necesidad de sistemas como el X-61A Gremlin.
Por el contrario, un avión de transporte, como puede ser un C-130, podría transportar en su bodega de carga una docena (o más) de pequeños UAVs, lanzarlos desde una distancia segura hacia el objetivo y permanecer en patrulla hasta el regreso de las aeronaves. Una vez cerca, podría recuperarlas en el aire y regresar a la base con la preciada información recolectada. Por su parte, los pequeños gregarios se encargarían de volar de manera coordinada y distribuida para realizar sus tareas, que, como ya hemos comentado, pueden englobar desde el reconocimiento, a la obtención de señales electromagnéticas o incluso tareas de ataque cibernético, entre otras muchas que veremos más adelante. En resumen, lo que se busca con el X-61A Gremlin es hacer realidad un concepto en boga en los años 50 del pasado siglo: el del portaaviones volante.

Definiendo el concepto
El objetivo más llamativo de entre todas las exigencias esbozadas por la DARPA, era que las aeronaves fuesen reutilizables al menos en una veintena de ocasiones antes de ser dados de baja o destruidos. No se trata de mantenerlos operativos del mismo modo que se hace con los grandes UAVs o con las aeronaves tripuladas, que permanecen en servicio varios decenios, sino de contener los costes operativos en unos mínimos aceptables durante su corta vida.
De igual manera, el organismo militar resaltaba que, dado que los potenciales adversarios habían sido capaces de dotarse con numerosas y avanzadas capacidades para detectar y enfrentar las aeronaves actualmente en servicio2, la posibilidad de enviar grandes números de pequeños UASs (Unmanned Air Systems), lo suficientemente avanzados como para contar con la habilidad de operar de manera coordinada y distribuida, podría proporcionar una vasta flexibilidad operativa a las fuerzas estadounidenses. Todo, cuadrando el círculo, a una fracción del coste de hacerlo con las plataformas más tradicionales, no sólo de aeronaves tripuladas, sino incluyendo entre ellas a otros UAVs mayores, como pueden ser los MQ-9 Reaper o los masivos RQ-4 Global Hawk.
El complejo industrial estadounidense tenía ante sí una tarea titánica: ser capaz de diseñar, desarrollar y probar operativamente un aparato preparado para ser lanzado desde grandes plataformas, principalmente aviones de transporte, pero que también podría ser empleado desde bombarderos3 y siempre desde una distancia de seguridad, es decir, fuera del alcance de las defensas enemigas. Tras regresar a la base, la pequeña aeronave debería de ser lo suficientemente fiable como para que el personal de tierra pudiera revisarlo y devolverlo al estado operativo en 24 horas.
Para explotar las capacidades de dicha tecnología, la DARPA junto al AFRL (Air Force Research Laboratory) de la USAF, acordaron lanzar el programa Gremlin. Un nombre que a todos nos es familiar, pero que no tiene que ver con la famosa película de los 80, sino con unas criaturas imaginarias, tipo duende travieso, que se hicieron muy populares entre los pilotos británicos durante la Segunda Guerra Mundial como amuletos de la suerte.
Los equipos de trabajo se verían obligados a explorar numerosas áreas, algunas de ellas se podría decir que excluyentes:
- Nuevas técnicas de lanzamiento, pero sobretodo, de recuperación de aeronaves en pleno vuelo.
- Bajo coste, tanto de adquisición como operativo. Lo que implicaría el aprovechamiento de tecnologías existentes o el diseño de nuevos materiales de bajo precio, pero con una adecuada vida operativa (aunque sea de manera limitada).
- Análisis de alta fidelidad, controles de vuelo digital de alta precisión y la máxima autonomía posible en la navegación hacia y desde el objetivo.
- Capacidades ISR.
- Flexibilidad operativa, ya que la aeronave deberá ser capaz de portar distintos tipos de cargas modulares que permitan su empleo en misiones de ataque no cinético, guerra electrónica, cibernética, etc.

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