
Hace treinta años, el régimen de Saddam Hussein inició una temeraria acción militar invadiendo Kuwait. Confundiendo sus deseos con la realidad, no pudo o no quiso ver que tomar por la fuerza dicha nación pondría en su contra a la mayoría de la comunidad internacional, ya fuera por intereses políticos o puramente económicos. Cuando la más poderosa fuerza aérea de todos los tiempos comenzó a bombardear objetivos en Irak, Saddam no supo más que emprender una huida hacia adelante, con la invasión limitada de Arabia Saudita. Es en este marco en el que se produce la batalla de al-Khafji.
A comienzos de la última década del siglo XX, el panorama mundial estaba marcado por grandes y esperanzadores cambios. Los que se esperaban que fuesen los últimos grandes conflictos que la Humanidad viviese en décadas (caso de Afganistán) habían concluido, permitiendo así disminuir la tensión bélica en algunas de las regiones del planeta más inestables, caso de Oriente Medio. Pero detrás del espejismo de esas favorables circunstancias, comenzaba a larvarse la siguiente crisis mundial.
La intervención soviética en Afganistán (1979-1988) había dejado a la URSS en una situación de crisis económica, social y política. Tal y como le había sucedido anteriormente a Estados Unidos con su intervención en Vietnam, el gran oso ruso fue desafiado, resultando incapaz de vencer a una milicia de campesinos desarrapados pertenecientes a uno de los países más pobres del planeta (eso sí, con importante apoyo extranjero). Otro de los grandes soportes del régimen soviético, la capacidad tecnológica de sus científicos, se mostró incapaz de responder al desafío planteado por sus rivales norteamericanos con la Iniciativa de Defensa Estratégica conocida como “Guerra de las Galaxias”, terminando su economía exangüe.
El descontento social aupó a Mijaíl Gorbachov a la presidencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, desde la que se propuso conducir una cierta apertura del país en distintos ámbitos, a lo que se opondrían posteriormente ciertos sectores inmovilistas con un intento de golpe de estado.
Esos problemas internos en una de las dos grandes potencias que habían establecido el orden mundial desde el final de la Segunda Guerra Mundial, creó un peligroso vacío de poder, lo que a su vez origino una gran inestabilidad, hecho que no tardo en intuir e intentar aprovechar un oportunista sin escrúpulos llamado Saddam Hussein.
Presidente de la Republica de Irak desde 1979, el derrocamiento del Sah de Irán ese mismo año y la toma del poder de los clérigos chiitas, con el Ayatolá Jomeini a la cabeza, habían dejado al país vecino en el más absoluto caos, al intentar imponer su Revolución Islámica a toda la población. Aquello representaba un peligro mortal para Saddam, ya que el siguiente objetivo de Jomeini con toda seguridad sería exportar la revolución iraní y levantar a los ciudadanos de la mayoría chií de Irak en su contra.
Obviamente, para Saddam Hussein el mejor momento para actuar era antes de que los clérigos se consolidasen en el poder. Aprovechando que las purgas de los mandos habían descabezado las fuerzas armadas iraníes, el 22 de septiembre de 1980 los blindados iraquíes entraron en el país vecino y comenzaron la denominada Operación Kaman, para adueñarse de la rica provincia de Juzestán, con una mayoría de población de origen árabe. Pese a los éxitos iniciales y la toma de determinadas ciudades, la milenaria rivalidad entre árabes y persas pesó más que el odio al gobierno teocrático dentro de Irán y los ciudadanos iraníes acudieron en masa para defenderse de la agresión iraquí.

Los rápidos avances iraquíes fueron frenados en seco y tuvieron que adoptar una postura defensiva, acuciados por los ataques iraníes que todavía contaban con un gran arsenal de material moderno, en su mayor parte de origen occidental, con el que el depuesto Sah había dotado a sus fuerzas armadas.
Hacia 1982, los iraníes casi habían expulsado a su enemigo de todo su territorio, pudiendo mantener la iniciativa estratégica durante los siguientes años y haciendo valer algunas ventajas clave, como la población (38,5 millones frente a 13,6 millones) o el Producto Interior Bruto (94.360 millones de dólares contra 53.410 millones de dólares en 1980).
Viendo imposible la victoria iraquí y vislumbrándose la posibilidad de que tarde o temprano los ejércitos iraníes avanzasen conquistando gran parte del sur de Irak, hasta llegar a las fronteras de países rivales como Arabia Saudita y Kuwait, los países árabes ayudaron a Saddam prestándole todo tipo de apoyo, incluyendo la concesión de prestamos monetarios para poder adquirir armamento los distintos suministradores, ya fueran occidentales, Rusia o China.
Durante la guerra, la postura estadounidense fue ambigua. Formalmente estaba totalmente en contra del régimen teocrático iraní, ya que al derrocar al Sah habían perdido a su máximo aliado en la región, siendo sustituido por un gobierno totalmente hostil acaudillado por el ayatolá Jomeini. Episodios como el asalto a la embajada de Estados Unidos en Teherán y el posterior intento de rescate de los rehenes no habían hecho sino empeorar las relaciones. Los posteriores atentados suicidas, con camiones cargados con toneladas de explosivos, perpetrados por la milicia proiraní de Hezbolá contra las tropas estadounidenses en el puerto de Beirut y contra la embajada norteamericana en la capital libanesa, llegaron a producir más de 300 fallecidos y centenares de heridos. Por méritos propios, Irán se había convertido para los estadounidenses en un enemigo de primer orden.
Por último y paradójicamente, con el fin de acabar de expulsar a molestos testigos occidentales del país, las milicias chiitas libanesas iniciaron una campaña de captura de extranjeros destinada a conseguir concesiones políticas de sus países natales. El secuestro de varios estadounidenses – incluido William Buckley, que era el máximo agente de la CIA en el Líbano – obligó a abrir un canal de dialogo entre Irán y los Estados Unidos, que termino negociando la liberación de los rehenes a cambio de autorizar la venta indirecta de armas que tanto necesitaban las fuerzas armadas iraníes, como los misiles antitanques y los muy necesarios repuestos para los aviones F4 o F14 de origen estadounidense. Todo ello saltándose los embargos establecidos por su propio país contra Irán.

Es en este punto cuando el 17 de mayo de 1987 se produjo un grave incidente militar entre Irak y los Estados Unidos. Por entonces, la US Navy patrullaba el Golfo Pérsico en misiones de escolta, protegiendo de los ataques iraníes a los grandes buques petroleros de infinidad de países, que en gran porcentaje llevaban en sus bodegas crudo iraquí como forma de eludir así el pretendido aislamiento económico que quería ejercer Irán sobre Irak. De manera inesperada, un avión iraquí, presumiblemente un Falcon 50 civil transformado, lanzó dos misiles Exocet contra la fragata USS Stark (FFG-31) de la clase Oliver Hazard Perry, alcanzando al buque con ambos misiles. Gracias a que uno de los artefactos no llegó a explotar, el equipo de emergencias del barco pudo evitar su hundimiento y alcanzar puerto para ser asistido. El inexplicable ataque a un navío militar que favorecía los intereses iraquíes se saldo con 37 marines fallecidos, victimas quizás de la venganza de Saddam por el suministro estadounidense de armas y equipos a Irán.
Gracias al apoyo económico masivo de los países árabes, el ejército iraquí pudo apuntalar el frente y evitar su colapso, llevando al régimen iraní a tirar la toalla en su intención de conseguir una victoria definitiva. Por fin, a finales de agosto de 1988 se alcanzó un acuerdo de paz, restableciéndose las fronteras anteriores al comienzo de la guerra.
Del largo conflicto ambos países salieron exhaustos y con las finanzas en bancarrota. Para Irak significaba tener que pagar una enorme deuda contraída cifrada en docenas de billones de dólares estadounidenses, sobre todo con países como Arabia Saudita, Kuwait y demás países árabes, a los que tenía que devolver casi 80.000 millones de dólares. Según algunos expertos, la reconstrucción de Irak hasta niveles previos a la guerra le costaría al país alrededor de 230.000 millones de dólares. Sin embargo, estaba lejos de poder afrontar la reconstrucción y es que cada año el déficit presupuestario aumentaba en 10.000 millones debido únicamente a la cuantía de los intereses adeudados.
Como única herramienta en sus manos para cambiar los acontecimientos, Saddam Hussein mantenía un ejército sobredimensionado con aproximadamente un millón de soldados sobradamente experimentado en combate y con un gigantesco arsenal, dotado de cerca de 5.000 carros de combate, 6.000 vehículos blindados, 3.500 piezas de artillería, medio centenar de aviones, la misma cantidad de helicópteros y 44 buques de guerra.
Aunque al menos inicialmente fuese simplemente a modo de amenaza, el dirigente iraquí se sentaba en las mesas de negociación de sus aliados árabes exhibiendo musculo militar, recriminándoles (a veces con cierta razón) los abusos y los beneficios que habían conseguido mientras Irak tenía que lidiar en solitario con la milenaria amenaza persa. De los reproches económicos rápidamente se pasó a los de carácter histórico. Para el dictador, una vuelta a los tiempos no tan lejanos en los que Kuwait era parte de la provincia de Basora, era la manera más fácil de conseguir todos sus objetivos con un único movimiento.
El despliegue de tropas cerca de la frontera kuwaití no pasó desapercibido para las agencias de inteligencia norteamericanas, las cuales procedieron a elevar el nivel de alerta, activando como primer paso el despliegue en la zona de cierta cantidad de aviones de repostaje KC-135. Además, se comunico a la prensa el inicio previsto de maniobras conjuntas en las siguientes semanas. En lugar de ser un toque de atención para Saddam, aquellas noticias no hicieron más que alarmarle, indicándole que si tenía previsto iniciar esa acción militar debería llevarla a cabo sin dilaciones, ya que en el futuro sería imposible.

Tras una reunión apaciguadora con el embajador estadounidense, al cual no había recibido desde hacia dos años, Saddam Hussein decidió seguir adelante con su estrambótico plan.

Ya a finales de julio de 1990 se celebraron varias reuniones de alto nivel entre dirigentes iraquíes (en el caso iraquí nadie más cercano al dictador que su primo y su consuegro) y kuwaitíes. A estos últimos se les presentó el 31 de julio como ultimátum la obligación de cesión de dos de las islas que limitan el litoral de Irak, el campo petrolífero de Rumaila y la condonación de la deuda. Lo que para unos era una simple fanfarronada dentro de una presumiblemente larga negociación, para los otros era la excusa para apretar el gatillo de un arma que llevaba tiempo cargada.

En la madrugada del 2 de agosto las fuerzas iraquíes, que habían sido desplegadas a tal efecto con anterioridad, entraron en el pequeño emirato desde distintas direcciones y con medios abrumadores con respecto a sus contrarios. La resistencia armada del país invadido fue aplastada en unos pocos días, retirándose paulatinamente detrás de las fronteras saudíes. De igual manera procedió el jeque al-Sahab, estableciendo en el país vecino un gobierno kuwaití en el exilio.
Proviniendo de un país pobre como Irak, miles de soldados se encontraron dueños de un territorio cuyos ciudadanos durante décadas había vivido en la opulencia. Rodeados de todo tipo de lujos inimaginables, desde la tropa en Kuwait hasta los dirigentes en Bagdad se lanzaron a saquear Kuwait a todos los niveles, empezando por las inmensas riquezas en oro depositadas en los bancos del emirato, las cuales fueron trasladadas en un convoy militar con rumbo a la capital iraquí para nunca más volver a ser vistas.
En menos de una semana el escenario político internacional había pasado de un nivel de alerta bajo a situarse a niveles no alcanzados en décadas. De ser un país más de los productores de petróleo, ahora Irak pasaba a ser dueño de un enorme porcentaje de la producción mundial, pudiendo controlar el precio de un recurso tan vital para la economía mundial como es el crudo y sus derivados.
Si se hubiese tratado de un trozo de desierto sin recursos, perteneciente a un país pobre y sin aliados, lo mismo lo hubieran dejado pasar sin intervenir, pero con su acción Saddam Hussein se había convertido en una réplica del Adolf Hitler de 1939 invadiendo Polonia.
Su gran valedor hubiera podido ser la Unión Soviética, pero tal y como se explica al inicio del artículo, justo en esos instantes Rusia tenía enormes complicaciones de nivel interno con las que debía lidiar, no estando en disposición de ejercer presión diplomática. El planeta había pasado de ser regido por un equilibrio bipolar a estar comandado por una única potencia, los Estados Unidos de América.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas votó el mismo día 2 de agosto la resolución 660 en la que condenaba a Irak por su invasión y le exigía la retirada inmediata. Envalentonado por su conquista, el dictador volvió a equivocar su juicio y desafió a la comunidad internacional proclamando el día 8 de agosto la anexión de Kuwait.
La única duda que pudo pasar por su cabeza debió de ser si seguía adelante y lo jugaba todo a una carta invadiendo Arabia Saudita y derrocando así a la monarquía de los Saúd. En ese momento esa acción era tan factible como lo fue antes la invasión de Kuwait, pero debió de pensar que tal y como pasó con el pequeño emirato ahora en su poder, la familia real saudí podría huir a otro país y pedir desde allí ayuda internacional, a la que rápidamente se aprestarían gran cantidad de países deseosos de recibir una porción de la gigantesca fortuna a repartir con tal de liberar a dos de los países más ricos del planeta.
Además, siempre hay que tener presente el capítulo del liderazgo dentro del mundo árabe y musulmán. Invadir el país de los lugares sagrados de la Meca y Medina era un asunto muy serio. Simplemente con la conquista de Kuwait había conseguido que países como Siria, Egipto o Marruecos se uniesen a la coalición internacional, más que nada para acabar con su imagen de caudillo del mundo árabe. Naciones tan exóticas como Níger, Senegal o Bangladés, además de un grupo de muyahidines afganos, acudieron a la llamada de auxilio saudí, conformando junto a otros países capitaneados por Estados Unidos una de las mayores fuerzas militares nunca vista.
En el aspecto militar, tras la conquista de Kuwait las tropas iraquíes adoptaron una disposición defensiva, con divisiones regulares de infantería en primera línea respaldadas por las mejores divisiones mecanizas y blindadas como segundo escalón.
A partir de este momento el resultado no pudo ser otro que el que posteriormente se produciría. Sabiendo que las tropas iraquíes no tenían intención de pasar a realizar una ofensiva a gran escala y que el periodo optimo para iniciar la reconquista de Kuwait seria en febrero, cuando se diesen las condiciones meteorológicas más favorables, simplemente se trato de coordinar uno de los mayores esfuerzos logísticos militares vistos desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Exactamente como ocurrió con el desembarco en Normandía en 1944, una vez acumulada la suficiente potencia militar y decidido a nivel político el llevar a cabo la operación, ni el poder militar alemán en junio de 1944 o las defensas planteadas por los militares iraquíes en 1991, podían impedir la derrota.
Las semanas se fueron sucediendo mientras los barcos y aviones occidentales transportaban millones de toneladas de mercancías desde todos los rincones del planeta hacia las bases de coalición. Unidad tras unidad eran activadas para ser trasladadas al teatro de operaciones. Los primeros en hacerlo fueron las unidades ligeras de reacción rápida de la 101st Airborne Division y la 82nd Airborne Division, a las que pronto se les unieron los marines de la 7th Marine Expeditionary Brigade. Juntos formaron en los primeros momentos la primera línea de defensa en la denominada Operación Escudo del Desierto, siendo su principal misión la protección de las infraestructuras aéreas y navales hacia las que navegarían el resto de equipos y unidades.
Encargado de planificar el esfuerzo de la coalición internacional se encontraba el US CENTCOM con base en Tampa, Florida, a cuyo mando estaba el General Herbert Norman Schwarzkopf. Persona capaz, consumado estratega y con dotes diplomáticas, tal como le ocurriese medio siglo antes a Eisenhower, pronto tendría que poner juego sus habilidades para evitar que sucesos ajenos le desviasen de un plan de batalla a todas luces vencedor.
Para el líder iraquí debió resultar frustrante contemplar como día a día el enemigo se hacia cada vez más fuerte, sin poder hacer nada por impedirlo. Las únicas bazas que le quedaban pasaban por provocar una alteración del plan aliado en su ventaja o por conseguir un acuerdo diplomático favorable. Él mismo se encargaría de hacer imposible esta última opción, demostrando que vivía completamente ajeno a la realidad.
A las 08:00 del domingo 2 de diciembre de 1990 las alarmas sonaron en las bases aliadas situadas en el reino saudí. Los satélites que orbitaban sobre la región avisaron del lanzamiento desde Irak de un cohete de medio alcance Scud. Tras varios minutos de espera se pudo determinar que dicho cohete seguía una trayectoria Este-Oeste y que el punto de impacto previsto era el propio territorio iraquí. Posteriormente fueron lanzados otros dos cohetes siguiendo el mismo patrón de vuelo. Se trataban de ensayos destinados a comprobar su operatividad, a la vez que servían como aviso a los países de la coalición, ya que demostraron la posibilidad de ser usados como armas de carácter estratégico contra objetivos de dicha naturaleza, como podían ser las ciudades saudíes o incluso de Israel.

Esta última posibilidad podría complicar el escenario diplomático al empujar a las fuerzas militares israelíes a entrar en la guerra, cosa que en 1990 no sería bien visto entre la población de países como Marruecos, Egipto o Siria, pudiendo causarles más de un problema de seguridad interno.

Desde luego, la amenaza de los cohetes Scud y sus derivados de desarrollo iraquí como el Al-Hussein, no podía ser obviada y desde el CENTCOM se puso el máximo énfasis en tratar de localizar posibles bases de lanzamiento, fijas o móviles. Para ello, además de otros, emplearon dos -por entonces todavía demostradores tecnológicos- Northrop Grumman E-8 Joint Surveillance Target Attack Radar System (Joint STARS), que como indica su nombre, vigilan con su radar los movimientos de vehículos sobre el terreno.
Tal y como se había planificado, el 17 de enero de 1991 comenzaron las hostilidades con un masivo ataque aéreo contra objetivos estratégicos dentro de Irak y Kuwait. Radares, bases aéreas e infraestructuras clave fueron atacadas para paralizar el país y conseguir la superioridad aérea sobre el teatro de operaciones. Como se establece en las campañas aéreas militares, tras negar al enemigo la posibilidad de emplear el espacio aéreo para realizar ataques contras las fuerzas aliadas, se trataría de aislar la zona prevista donde tendrían lugar los combates terrestres con ataques de interdicción, a la vez que se comenzaba a ablandar las defensas del enemigo. Con un mes por delante, las fuerzas terrestres de la coalición disponían de suficiente tiempo para abandonar las zonas tácticas de reunión y comenzar los movimientos hacia las zonas avanzadas de despliegue previas a la ofensiva.

Una vez iniciadas las hostilidades, tal y como se temía, desde el primer momento Saddam Hussein ordenó el empleo de armas de terror para su uso indiscriminado contra ciudades de Israel y Arabia Saudita. Un total de sietes cohetes fueron lanzados contra las ciudades israelíes de Tel Aviv y Haifa, hiriendo a siete personas, mientras que otros cinco fallecieron asfixiados al emplear incorrectamente las máscaras antigás que se habían repartido entre la población dado el temor a que los cohetes portasen armas químicas. De igual manera, otro grupo de cohetes fue dirigido contra las ciudades saudís de Dahrán y Tabuk, siendo todos ellos interceptados por las baterías de misiles antiaéreos Patriot.
Ese mismo día las noticias hacían referencia a una pequeña localidad llamada al-Khafji situada a apenas una docena de kilómetros de la frontera entre Kuwait y Arabia Saudita. Recurriendo a piezas de artillería de 155 mm, los iraquíes consiguieron incendiar dos depósitos de combustible de una refinería situada en las afueras del poblado. Por su cercanía al frente, el gobierno de Riad había ordenado semanas antes su evacuación y consiguientemente no se produjeron bajas.

En sucesivas jornadas la campaña aérea continuo su ritmo propio, con especial énfasis en destruir la capacidad de lanzamiento de cohetes Scud, los cuales eran también lanzados de forma regular contra ciudades de Israel y Arabia Saudita. Los E8 Joint STARS se empeñaban en su tarea, buscando a sus escurridizos objetivos principalmente por las zonas del oeste de Irak, bastante alejados del frente oriental del teatro de operaciones, por lo que únicamente de forma parcial pudieron percibir ciertos movimientos de tropas que se estaban produciendo cerca de la costa.
El día 24 de enero, cuando se cumplía una semana del inicio de los bombardeos en Irak, el dictador iraquí pudo constatar que la acción diplomática había impedido una respuesta precipitada a los ataques con cohetes Scud contra Israel y Arabia Saudita, por lo que la iniciativa y el ritmo de los acontecimientos bélicos seguirían según los designios de sus enemigos. Por ejemplo, esa misma jornada se produjo la primera acción ofensiva aliada al desembarcar y conquistar la pequeña isla de Qaruh, situada a 30 kilómetros de la costa kuwaití.
En una maniobra extraña, el propio tirano comenzó a trasladar en pequeños grupos a lo mejor de su fuerza aérea hasta los aeropuertos de sus hasta hacía poco mortales adversarios iraníes. Con ello dejo el control total del espacio aéreo en manos de la coalición internacional, que únicamente tendría que adoptar, en la planificación y ejecución de las misiones aéreas, medidas defensivas para evitar el fuego antiaéreo de cañones y misiles.
Be the first to comment