
Las flotas mosquito son aquellas compuestas por un ingente número de unidades de pequeño tamaño, pero con una gran pegada, de forma que compensen el escaso desplazamiento con un importante alcance y letalidad. Durante las últimas dos décadas y media, la Armada Rusa ha tratado de recuperarse de los efectos del derrumbe soviético. Mientras su economía y su industria naval pasaban por momentos dramáticos, la única solución posible, para tratar de mantener operativa una flota de combate, pasaba por la construcción, como ya ocurriera entre los años 40 y 60, de pequeñas unidades fuertemente armadas, dando lugar a lo que se conoce como Flotas Mosquito.
Estas, por más que integren armamento tan moderno y eficaz como el sistema Kaliber, han sido tradicionalmente la opción elegida por quienes no han podido costearse una armada oceánica de entidad y equilibrada. No obstante, constituyen una solución de compromiso en un periodo de cambio, mientras en Rusia se finaliza la construcción de nuevos astilleros y de una industria de turbinas propia, que le permita ser independiente en un área crítica.
Ha de tenerse en cuenta, no obstante, que la evolución de la tecnología y el diseño, en función de las necesidades particulares de cada nación, aun hoy día produce diferentes formas de entender la guerra en el mar y, como consecuencia, la aparición de buques de guerra y clases de flotas diferentes en Occidente y Rusia o China. También como los avances técnicos unidos a la reducción de costes han dado origen a una tendencia generalizada hacia la reducción en el tamaño de los buques de guerra y hacia la polivalencia, construyéndose plataformas con menor desplazamiento y mayor cantidad de armamento y sensores incluso en EE. UU., paradigma de la especialización de las plataformas navales.
Sin embargo, pese a cierta convergencia, especialmente en el periodo inmediatamente posterior al final de la Guerra Fría, sigue habiendo una notable diferencia entre la forma de entender la guerra naval rusa y la occidental, buscando unos el dominio negativo del mar y el positivo los otros. El caso chino, que va evolucionando de uno a otro extremo, como hiciera en su día la Unión Soviética de la mano de Gorshkov, es también indicativo de que, pese a las diferencias, todos aspiran a lo mismo. Sucede que unos (Occidente y China) tienen los medios para lograrlo y otros (Rusia) deben optar por soluciones temporales a la espera de contar con ellos.
Vamos ahora a ver cómo nace el concepto de las Flotas Mosquito, cual ha sido su evolución, si son verdaderamente útiles y qué cabe esperar del futuro, especialmente en el caso particular de la Armada Rusa.
La Guerra Fría (1945 – 1970)
La Flota Soviética se desarrolló a partir de un pequeño embrión costero, siendo concebida como el apéndice de un poderoso ejército terrestre, por parte de unos dirigentes, políticos y militares, para los que la Estrategia Terrestre era la piedra angular sobre la que giraba todo. No en vano, en su inmensa mayoría procedían del Ejército Rojo y entendían que tanto la Armada como la Fuerza Aérea debían servir a los intereses de este, que debía cargar con el peso de las operaciones.
Por el contrario, Occidente, o más concretamente las naciones que componen la OTAN, mantenía una estrategia basada en potentes flotas navales de alcance mundial y con intereses en todos los océanos. Ha de tenerse en cuenta también que, a principios del siglo XX, ni los EE. UU. ni el Imperio Británico mantenían grandes ejércitos. De hecho, en el primer caso ni siquiera lo tendría de forma continuada en tiempos de paz hasta la década de 1.950, mientras que el gobierno de Su Majestad prefería mantener a la Royal Navy en comisión por todo su Imperio, asistiendo a sus guarniciones coloniales. Francia, por su parte, obligada a mantener un componente terrestre más importante, debido a la tradicional amenaza alemana, poseía una flota muy digna, mientras que países como Alemania e Italia perseveraban en la constitución de nuevas flotas.
Cuando la Guerra Fría comenzó a desarrollarse en el Viejo Continente, el enfrentamiento terrestre parecía destinado a estancarse con el choque de inmensas formaciones acorazadas, especialmente importantes en el caso del bando soviético. La OTAN compensaba su déficit en cuanto al número de unidades poniendo su énfasis en mantener la superioridad tecnológica en todo lo relativo a la aviación y las armas nucleares. Con todo, las esperanzas de una victoria no podían basarse en el estancamiento de la lucha convencional y en una imprevisible escalada hacia la guerra nuclear. La OTAN sabía que su ventaja decisiva residía en dos factores:
- El Dominio Positivo del Atlántico Norte, para abastecer las fuerzas en el continente.
- La capacidad de proyectar su poder naval sobre las costas soviéticas del Báltico y el Mar del Norte.
La URSS era perfectamente consciente de ello y debía reaccionar a dicha amenaza desarrollando unas capacidades importantes en un campo, el naval, que no era una de sus armas más potentes en aquellos momentos, pese a una larga y honorable tradición histórica. Su futuro y sus posibilidades frente a la OTAN residían en el desarrollo de una potente industria de construcción naval que debía dirigirse hacia el objetivo de crear una flota de primer nivel, como bien harían en los años venideros.
Para la proyección del poder naval, la OTAN articularía sus flotas sobre la base de buques o plataformas más o menos estandarizados entre los diferentes países, y especializadas en determinadas funciones (AAW, AsuW y ASW). Obviamente, los portaaviones eran el núcleo de sus formaciones de ataque, tras las lecciones aprendidas en la última guerra, siempre acompañados y escoltados por cruceros, destructores y fragatas. Buques en su mayoría diseñados para soportar despliegues distantes y que contaban con un apoyo logístico que les debía poder permitir operar por el tiempo que desearan en cualquier teatro de operaciones. A su vez, las Fuerzas Submarinas de la OTAN, numerosas y potentes también, estaban concebidas como una fuerza agresiva y de ataque. Su misión era localizar al enemigo y hundirlo, en la más pura tradición del Silent Service del Pacifico. Otros aspectos vitales hoy en día a la hora de concebir cada nueva clase de submarinos, como las misiones de inteligencia, todavía tardarían unos años en llegar. En general, las fuerzas navales de la OTAN debían cumplir los siguientes objetivos estratégicos:
- Mantener abiertas las líneas de comunicación marítimas (SLOC) del Atlántico para reabastecer y reforzar las fuerzas terrestres del Teatro Europeo. Cumplir con esta misión implicaba ejercer un dominio positivo del Océano Atlántico.
- Proyectar ataques contra las instalaciones militares estratégicas de la Unión Soviética en su flanco marítimo.
- Realizar operaciones anfibias de apoyo al frente terrestre.
La reacción de la Unión Soviética ante semejante despliegue comenzaría por la fabricación de aquello de lo que su tecnología naval -por entonces en pañales- era capaz: Pequeños buques costeros que tratarían de enfrentarse a las flotas de la OTAN bajo el paraguas de la aviación rusa con base en tierra. Esas plataformas, de momento, iban a ser corbetas y fragatas de alta velocidad, así como un gran número de submarinos convencionales. Esto conformaba lo que se ha dado en llamar la armada de los pobres, en un tiempo en el que los submarinos eran todavía baratos de construir y operar. Por lo tanto, su estrategia se basaría en un dominio negativo de los mares aledaños a su masa terrestre, pero sin capacidad de ejercer el control sobre estos, algo que por otro lado no requerían como nación, al ser sus principales líneas de comunicación terrestres y ser prácticamente autosuficientes en cuanto al abastecimiento de materias primas o equipos industriales.
La introducción de la tecnología de misiles antibuque (SSM) permitiría que estos pequeños buques costeros fueran capaces de representar una amenaza real ante una flota mayor, como demostrarían las patrulleras Komar en 1967 contra el destructor Elyat en el Mediterráneo. Parecía que volvía la vieja discusión del Almirantazgo británico en tiempos de preguerra sobre si un avión torpedo sería capaz de hundir un acorazado.
Sin embargo, el desarrollo del conflicto y la introducción en ambos bandos de armamento nuclear estratégico iba a dar alas a la Marina Soviética, sobre todo a raíz de la Crisis de los Misiles de 1962 cuando la URSS fue incapaz de hacer frente a la oposición de la U.S. Navy, al carecer de una flota oceánica y de romper la cuarentena a la que esta sometió a Cuba. Como quiera que los militares solo aprenden de las derrotas, la demostración de la US Navy al imponer el bloqueo naval sobre la isla caribeña dio argumentos a los partidarios, dentro del Politburó, de crear una flota oceánica capaz de competir de tú a tú con la OTAN.
Se comenzó la construcción a gran escala de buques mayores: cruceros, destructores y fragatas, eso sí -y debemos ser conscientes de ello todavía hoy- con una notable diferencia en cuanto a diseño respecto a los buques occidentales. Al carecer de la posibilidad de alcanzar a sus rivales en términos numéricos, la URSS se volcó en el desarrollo de plataformas más polivalentes que Occidente. Buques que debían ser capaces de enfrentar las mismas amenazas con un menor número de unidades. Esta mentalidad, más tarde seguida por Occidente únicamente por motivos económicos, se ha mantenido viva hasta nuestros días.
Este desarrollo no impidió que se siguieran construyendo numerosas unidades de escaso porte equipadas con SSM con la idea de crear las conocidas como flotas mosquito, caracterizadas por su número y potencial ofensivo, pero que también eran rápidas y baratas de construir. Pese a sus esfuerzos, la URSS no podía permitirse tenerlo todo -cantidad y calidad- desde el punto de vista económico, aunque lo intento e incluso a punto estuvo de conseguirlo a costa de sacrificar el consumo civil. Estas unidades, aunque ciertamente podían batir a enemigos muy superiores en armamento y tonelaje, por su pequeño tamaño eran muy débiles ante las armas navales y, por lo tanto, tenían muy pocas posibilidades de sobrevivir en caso de ser detectadas.
También está el tema de los submarinos. Los submarinos rusos construidos por entonces sumaban hasta trescientas unidades, que no eran más que evoluciones de los diseños alemanes de la II Guerra Mundial, pero en un número mayor. Como es de todos sabido -aunque con frecuencia lo olvidamos-, si se pone una industria a trabajar en algo y se invierte el dinero y los recursos requeridos, finalmente acaba dando buenos frutos. Es por eso la URSS pudo mantener el ritmo de Occidente -e incluso llegar a superarle- en cuanto al avance tecnológico de los submarinos nucleares y también por ello serían los primeros en desarrollar los conceptos de SSBN y SSGN. Algo que, si nos fijamos bien, no deja de seguir la idea de equipar a buques de porte intermedio con fuertes capacidades ofensivas.
Lo cierto es que para el final de este periodo la URSS poseía ya la segunda flota mundial, aunque estaba en un momento de absoluta transición, con una potente flota oceánica en desarrollo y una numerosa flota compuesta por pequeñas unidades desplegadas en sus costas. La OTAN por el contrario parecía más dedicada a desarrollar sus grupos de portaaviones y, cómo no, una potente capacidad ASW. No obstante, sus buques en general estaban más especializados en sus funciones que los soviéticos. Algo discutible conceptualmente, pero que permitía -eso sí, a un alto coste económico-, centrar el desarrollo de equipos especializados en buques con reserva de desplazamiento y espacio suficientes, lo que sería difícil de conseguir en buques más pequeños.

La Guerra Fría tardía (1970 – 1991)
La entrada en servicio de los modernos buques oceánicos soviéticos, así como la apertura de algunas bases adelantadas, provocarían la introducción de una nueva estrategia por parte del bando comunista: La Batalla de la Primera Salva. Era, se mire como se mire, una estrategia derrotista, o que asumía la inferioridad en el equilibrio de fuerzas. En teatros como el Báltico o el Mediterráneo, como sucedería también en el resto de mares cerrados y reducidos, las flotas contendientes estarían perennemente muy próximas las unas a las otras, con los soviéticos siguiendo a las formaciones de portaaviones o de buques de desembarco anfibio. En caso de iniciarse las hostilidades entre ambos bloques, los buques soviéticos debían lanzar todos los SSM disponibles en los primeros compases del enfrentamiento.
Obviamente, las fuerzas aliadas harían lo mismo. En este caso, al poseer la OTAN unas fuerzas navales superiores numéricamente, estas quedarían muy mermadas, pero las soviéticas recibirían unos daños irreparables a nivel estratégico, al carecer de unidades de reserva para sustituir las perdidas en estos primeros compases de un enfrentamiento y dejando así el dominio del mar en manos de Occidente.
Por lo tanto, ¿Para qué invertir en grandes y costosos buques si no sobrevivirían al primer día de enfrentamiento? Esa es la razón por la que los buques soviéticos estaban sobreequipados en cuanto a armamento SSM y eran de escaso porte, ya que eran más fáciles de construir y más baratos. Como también hemos mencionado, estos enfrentamientos tendrían lugar en mares cerrados y con las costas próximas, lo cual favorecía el uso de buques costeros o de litoral, generalmente más ágiles y discretos que los oceánicos. Además, se verían apoyados por la entrada en la ecuación de la artillería de costa -también dotada de misiles- y de la aviación naval soviética.
Sin embargo, sabemos que la URSS estaba construyendo unidades oceánicas en buen número, y desarrollando portaaviones y aviación embarcada, con proyectos cada vez más ambiciosos como el que dio lugar al actual Kuznetsov o, especialmente, el cancelado Ulyanovsk. ¿Cuál era la razón de ser de ese núcleo oceánico de la Flota Soviética?
Antes de la Crisis de los Misiles de 1.962, el Premier Kruschev había abogado por acometer en la Unión Soviética algo que, visto en perspectiva, podríamos denominar una Revolución en los Asuntos Militares. Lo que Kruschev quería, en síntesis, era hacer disminuir las fuerzas convencionales en favor de armas nucleares, y a la vez equipar a las convencionales que quedaran con armamento nuclear. En el caso de la Armada Roja, esto había dado como resultado submarinos y pequeños buques equipados con misiles, susceptibles en muchos casos de nuclearizarse. Los grandes buques eran muy costosos y no tenían cabida dentro de esa nueva visión militar. El Almirante Serguei Gorshkov -Comandante en Jefe de la Flota Soviética- convencería a Kruschev tras el fiasco de la Crisis de los Misiles, de que la Armada Roja no podía depender solo de submarinos, o al menos, de que estos necesitaban de apoyo de una escuadra de superficie para poder desarrollar todo su potencial ofensivo. En base a esto se constituiría la flota de superficie oceánica a lo largo de las siguientes décadas.
La función primaría de la flota de superficie oceánica soviética consistiría en el control de determinadas zonas marítimas de una alta importancia para la estrategia naval soviética. Por un lado, los accesos al norte de Islandia, permitiendo la creación de un santuario marítimo (Bastión) para la operación de los SSBN soviéticos y un área de transito seguro para las unidades submarinas que se dirigieran o retornaran del combate SLOC en el Atlántico Norte. En el Pacifico aparecerían zonas iguales, denominadas Choke Points, con la misma finalidad. Detrás de estas unidades se encontrarían las unidades costeras. Por eso los primeros portaaviones soviéticos, a diferencia de los occidentales (Clases Moskva y Kiev) eran plataformas de guerra ASW y carentes de capacidades de proyección de fuerza que, en consonancia con la mentalidad con la que habían sido diseñados, incorporaban fuertes capacidades ASuW.
Aunque contentos con sus avances -era para estarlo-, los soviéticos ansiaban y aspiraban a desarrollar una marina según el concepto tradicional de Occidente, capaz de disputar a la OTAN el dominio positivo del mar y basada en el desarrollo de portaaviones convencionales y medios de proyección. Sin embargo, cuando más cerca estaban de alcanzar su sueño, aconteció el derrumbe soviético y con él, la cancelación de la mayoría de sus programas de construcción naval y el retraso, casi indefinido, de los que sobrevivieron a la implosión del imperio comunista. Un cataclismo en toda regla con repercusión no solo en el campo naval, sino en todo el espectro de la industria de defensa soviética.
Mientras tanto China, con grandes problemas internos y tratando de reestructurarse como nación para convertirse en un ente cohesionado, centraba su estrategia naval en la construcción de un gran número de unidades costeras para la defensa próxima, así como de un buen número submarinos convencionales. Una defensa “para pobres”, que seguía la estela de la Unión Soviética de la postguerra. Iniciaron también un programa de diseño y construcción de submarinos nucleares. Un intento que probablemente haya sido el programa nuclear más largo y problemático de la historia, pero que en el siguiente siglo comenzaría a dar resultados muy positivos. Es cierto que el país no demostró en este periodo un gran interés por una expansión naval más allá de su área de influencia próxima, como cierto es también que, siendo una potencia terrestre, su estrategia naval se basaba en la protección cercana bajo el paraguas de su potente Fuerza Aérea y en una limitada capacidad de proyección de la fuerza naval en el área del Estrecho de Formosa, obligados por su complicada relación con Taiwan.
La Postguerra Fría (1991 – 2000)
El colapso de la URSS conllevó la desaparición de todo lo hasta entonces conocido en el campo naval. Ya no había grandes flotas enemigas campando a sus anchas por el Mediterráneo, el Báltico o el Pacífico, ni existían cientos de submarinos dispuestos a hundir cualquier cosa que flotara en el Atlántico. La OTAN respiró aliviada y, automáticamente, se pasó a reclamar el disfrute de los dividendos de la paz, desguazando las grandes fuerzas navales tradicionales, entre ellas buena parte de una Royal Navy que todavía no ha levantado cabeza. La otrora todopoderosa U.S. Navy, que durante los ochenta buscaba convertirse en una flota de 600 buques, apenas luchaba unos años después por mantenerse en torno a la mitad de dicha cantidad.
El problema en esos momentos era la economía. Así que ¿cuál fue la reacción de Occidente? Fabricar buques más económicos y polivalentes, ya que al reducirse el número de plataformas en servicio están habían de ser más versátiles para poder ejecutar las funciones de las unidades dadas de baja. Este cambio puede resultar una paradoja al acercarse a la mentalidad soviética, pero, acuciados por el dinero, los planificadores navales occidentales hicieron de tripas corazón y lo aceptaron como un mal menor.
Por supuesto, también había que ahorrar en las nuevas construcciones. Los buques comienzan a ser más pequeños en tamaño, mientras se equipan con todos los sistemas de armas posibles o se empiezan a estudiar conceptos de modularidad para que puedan acometer diferentes tipos de misiones sin necesidad de construir más buques. Las nuevas tecnologías y el crecimiento de la capacidad de procesamiento del nuevo software, espoleadas por la RMA de la Información, ayudan a reducir las tripulaciones y a contener los costes de mantenimiento.
Curiosamente los submarinos, hasta entonces la solución de los pobres, pasan a convertirse en un artículo de extremo lujo y de una complejidad tecnológica tal que solo un puñado de países poseen las capacidades tecnológicas imprescindibles para acometer su construcción con éxito. Incluso estas en muchos casos sufren retrasos, problemas técnicos y sobrecostes, que hacen que se construyan menos unidades o que la opinión pública llegue a dudar de la necesidad de poseer tales ingenios a causa de su prohibitivo coste.
Occidente se apretó el cinturón, sí, pero ningún recorte que podamos imaginar se acerca a lo vivido por las Fuerzas Armadas Rusas. Rusia sufrió más. Mucho más. La Flota Soviética había crecido durante décadas, como hemos visto, hasta alcanzar unas capacidades globales sostenidas por un buen número de plataformas muy capaces, especialmente en cuanto a submarinos. Sin embargo, la política de construcciones de la URSS premiaba las nuevas construcciones por encima de las reformas, las actualizaciones o el mantenimiento de las plataformas en servicio.
Como consecuencia, los buques viejos se encontraban en un estado lamentable o simplemente eran incapaces de operar, aunque nominalmente seguían dados de alta con la VMF SSSR (Voyenno-morskoy flot SSSR o Flota Marítima Militar de la URSS), provocando costes innecesarios. Si esto ocurría mientras la URSS existía y poseía los suficientes recursos financieros, tras la debacle del 1991 la situación toco fondo. Los buques más viejos fueron desguazados sin más miramientos, cuando no abandonados a su suerte en las bahías en torno a las principales bases militares o en el interior de las propias bases.
Esta baja apresurada de los buques en servicio se extendió también a parte de los más modernos y capaces navíos de guerra, al carecer del dinero necesario para mantenerlos operativos. Así, aunque la naciente Federación Rusa anhelaba continuar siendo una superpotencia, reconocía la carencia de una flota con capacidad de despliegue en áreas lejanas a sus costas y esto tenía una notable influencia en su política exterior.
La solución propuesta por sus planificadores navales fue fácil: Volver a los orígenes. Con pocos recursos disponibles, deberían volver a poner en servicio pequeñas unidades fáciles de construir y baratas de mantener y en el mayor número posible. Por supuesto, deberían estar potentemente armadas con todos los sistemas ofensivos que la industria de defensa era capaz de proveer. Obviamente, la Federación Rusa trataría de mantener operativas sus capacidades de construcción naval de grandes buques, con especial hincapié en los submarinos, como es el caso de las clases Borei, Sierra, Oscar II o Severodinsk. De hecho, con la perspectiva que da el tiempo podemos afirmar que si la Federación Rusa no hubiera invertido el dinero que no tenía en aquellos duros momentos para tratar de mantener abiertas las líneas de producción aunque fuese con capacidades mínimas, actualmente carecería de la capacidad de construir SS, SSN y SSBN.
En Rusia sabían, pese a todo, que era un periodo pasajero. Duro, pero pasajero, pues en algún momento, una vez conseguida la estabilidad política, vendrían mejores tiempos en lo económico, época en la que podrían volver a pensar en reconstruir su flota. Mientras tanto sus proyectos navales se limitarían a mantener la capacidad de construcción de submarinos, comenzar a construir corbetas y fragatas modernas y multifuncionales, modernizar el arsenal de misiles SSM y SLCM, y ver en dónde se podría en el futuro construir buques militares de gran porte, tras la pérdida de los astilleros ucranianos, así como sus industrias de turbinas propulsoras y equipos auxiliares.
Sin duda alguna, existe un punto de inflexión en la política naval rusa reciente: el hundimiento del SSGN Kursk. La catástrofe naval, pero también mediática, con toda su polémica, obligó al Kremlin a centrarse en su futuro naval y dedicar recursos de una manera más efectiva al mantenimiento de sus flotas, que provenían íntegramente de la época soviética. Con los nuevos proyectos navales construyéndose a un ritmo demasiado lento por falta de recursos, no había más remedio que destinar más fondos a la Armada.
Por fortuna, el hundimiento del Kursk coincidió con el inicio de un ciclo de repunte en el precio de las materias primas que hizo posible incrementar los presupuestos de defensa y los diseños de nuevos equipos. Incrementarlos, sí, pero no hacerlos ilimitados, como en muchos casos ocurría en una URSS capaz de poner un cheque en blanco a los ingenieros navales con tal de sacar adelante proyectos como el SSBN 941 Akula, más conocido en Occidente como Typhoon.

La Nueva Guerra Fría
La US Navy ha sido la única armada con capacidades globales y capaz de mantener una flota compuesta en su mayoría por unidades oceánicas en buenas condiciones operativas, a pesar del gran número de buques dados de baja respecto a épocas anteriores. En este periodo, que algunos denominan ya como Nueva Guerra Fría, la mejora económica experimentada en Rusia, así como la estabilización y posterior crecimiento de la economía China, han provocado la aparición de dos grandes flotas con proyectos expansivos, que amenazan, una vez más, el liderazgo cuantitativo y cualitativo de Occidente. No obstante, antes de sacar conclusiones precipitadas, habría que analizar siquiera por encima dichos crecimientos, dejando claro que, si bien las comparaciones son odiosas, son también en muchos casos necesarias.
Los EE. UU. han luchado, desde la caída de la URSS, por mantener una flota global. Aun a pesar de haberse cargado de un plumazo toda una gama de buques (fragatas) lo cierto es que su flota continúa estando compensada, y han seguido invirtiendo en nuevas tecnologías, aunque en materias como el diseño de los cascos, salvo excepciones, siguieran siendo de la vieja escuela. Su sistema de combate AEGIS, que ha marcado un antes y un después en la guerra naval, es la columna vertebral de la US Navy y de sus diferentes buques. Los experimentos de la siguiente generación -en su mayoría fruto de las ideas de la Guerra Fría- no salieron del todo bien, como en el caso del DDG Zumwalt, los LCS Freedom y SSN Seawolf. Este último, sin ir más lejos, a pesar de ser considerado el mejor submarino nuclear del mundo tenía un coste tan prohibitivo que obligó a acortar la producción, algo parecido a lo que sucede con el Zumbalt.
El caso de la sustitución de las fragatas de la clase Oliver Hazard Perry por LCS Freedom es más complejo. El LCS se esperaba que fuese la panacea de las nuevas tecnologías. Una plataforma común capaz de afrontar diferentes amenazas a través un diseño modular que permite incorporar diversos equipos, lo que constituye una anatema en el diseño de buques de guerra clásicos. Estos se optimizan para la función a cumplir, como era el caso de las venerables fragatas Oliver Hazard Perry en su misión ASW. La revolución del LCS también llevó a pasar de un casco clásico a un trimarán, algo novedoso para una US Navy que siempre ha huido de este tipo de experimentos. El resultado no ha sido el esperado en ningún sentido.
Los Freedom ofrecen capacidades tecnológicas que tal vez las Perry no podían ya dar, por su edad, aunque últimamente se haya planteado su modernización y recuperación para el servicio activo. Sin embargo, hay otra pregunta que poca gente se hace pero que tiene una importancia vital para un buque de guerra: ¿Puede un Freedom afrontar el mismo castigo que una Perry? Es difícil de creer, especialmente tras ver la resistencia de estas cuando se ha utilizado alguna como blanco en ejercicios de tiro de misiles. Además, aunque las Perry normalmente actuaban dentro de una agrupación naval, llegado el caso poseían la capacidad de actuar en solitario, a la vieja usanza. Sin embargo, los Freedom dependen en su mayor parte de la conectividad, perdiendo gran parte de sus capacidades militares ante un escenario en el que se diera la perdida de las comunicaciones tácticas o estratégicas. Esto, que sin duda afectaría a todos los buques, lo haría en mucha menor medida a los más antiguos, capaces de seguir operando.
Es cierto que aún quedan décadas de operaciones y desarrollo de una doctrina adecuada, capaz de exprimir todas las posibilidades de plataformas como los Freedom, para saber a dónde nos llevara esta nueva idea. Pero hoy en día existe un fuerte debate en el seno del Departamento de Defensa de los EE. UU. con un bando que aboga claramente por reactivar las Perry, ante la carencia de un buque que sea capaz de cubrir el hueco dejado por estas o bien por volver a diseñar una fragata ASW de nueva generación.
En cualquier caso, a pesar de los problemas puntuales, la US Navy es la única que puede presumir de un gran número de buques capitales capaces de ejercer un dominio positivo del mar allá donde desee proyectarlo. Mantiene 10 portaaviones, 22 cruceros, 64 destructores, 8 fragatas, 13 corbetas y en el aspecto submarino cuenta con 14 SSBN, 4 SSGN y 52 SSN. Lo más importante, sus buques cuentan con una calidad, armamento y capacidades -especialmente en cuanto a sensores- que superan en muchos enteros a los de la mayor parte de las otras armadas.

Rusia y la vuelta al océano
Rusia, como hemos apuntado anteriormente, ha optado por volver a sus orígenes en cuanto a la estructura de su flota. Ante la retirada del servicio de gran parte de sus buques de superficie -el arma submarina sigue otro camino que analizaremos en próximas números-, las nuevas construcciones se han concentrado prácticamente en una sola clase de buques: las corbetas. Buques, eso sí, capaces de operar SSM de grandes capacidades e incluso de lanzar ataques a objetivos terrestres a distancias enormes. Sus escuetas fuerzas de superficie oceánicas se componen hoy en día de 1 portaaviones, 5 cruceros, 14 destructores y 12 fragatas, sin atender a cuantos están disponibles realmente, toda vez que algunos como el Kuznetsov están de baja por mantenimiento y que este periodo puede extenderse por meses o, incluso, años.
A esas fuerzas hemos de sumar 61 corbetas en servicio, de las cuales 45 se suponen equipadas con SSM. Vemos pues como el mayor porcentaje de sus buques de superficie corresponde a esta categoría: Alta dotación tecnológica y armamento de largo alcance en envase pequeño. Tal vez ya no estemos ante una reedición de la Batalla de la Primera Salva, pero ¿Qué castigo puede aguantar un buque de 600 o 1200 toneladas de desplazamiento ante, por ejemplo, un ataque aéreo o submarino? ¿Qué capacidad de defensa puede ofrecer ante dichas amenazas? Además, Rusia, como la URSS, se enfrenta al eterno problema de su geografía, que le obliga a distribuir sus buques entre 4 flotas principales y una escuadra en el Caspio, lo que limita, cuando no impide totalmente, el apoyo entre ellas.
Tal vez la misión de la Flota Rusa no sea ya ejercer el dominio positivo del mar o lograr una proyección de fuerzas lejos de sus territorios continentales -objetivos que perseguía en los 80- pero, de ser así, ¿Por qué mantener un núcleo de la flota de superficie compuesto por buques oceánicos? Una vez más se reedita la idea principal del Almirante Gorshkov. Se trata de una estrategia industrial y económica propia de un periodo de transición en su estrategia naval. Rusia desearía haber podido mantener una potente flota oceánica, pero ante su incapacidad, por determinados motivos muchos de ellos ajenos a su voluntad, se ve obligada a retrotraerse a la defensa de sus costas, con buques de escaso porte. En este sentido, el despliegue del grupo aeronaval encabezado por el Almirante Kuznetsov en Siria, con todos sus problemas incluyendo la perdida de dos aviones, no debe distraernos de la realidad: Este buque es la única unidad de estas características que poseen y su sustituto, aunque muy anunciado y con numerosas propuestas sobre la mesa por parte del Instituto Krylov, aún no tiene una fecha firme de construcción y, menos aún, de definición.

China: de las flotas mosquito a las aguas azules
La Armada del Ejército Popular de Liberación, esa gran desconocida para los europeos que, sin prisa, pero sin pausa, continúa con su programa de expansión naval, está siguiendo un camino propio. Sus derroteros y decisiones han sido muy diferentes a las rusas y parecen haber escogido lo mejor de unos y otros y haberlo aplicado en su beneficio. Un eclecticismo que, dicho sea de paso, suele ser la opción idónea.
La moderna República Popular China nace sin unas fuerzas navales importantes y sufre en sus inicios de la misma problemática que la URSS al ser una nación eminentemente continental. Además, China es, en sus comienzos, un país tecnológicamente mucho más atrasado que la URSS del periodo de entreguerras, aunque cuenta con un potencial enorme. Durante todas estas décadas ha ido poco a poco invirtiendo recursos humanos y financieros en potenciar una flota que sea capaz de proyectar su poder donde se le requiera dentro de su área de influencia, además de proteger su extensa costa a través de un dominio positivo de los mares aledaños. Aun hoy dichos objetivos están lejos de haberse alcanzado por completo, aunque sin duda está mucho más próxima a ellos que hace 30 años.
China posee -aunque para cuando este artículo se publique la lista habrá crecido, pues botan varios buques de gran porte al año- como grandes buques de superficie de 1 portaaviones (cuyo programa en general es digno de estudio, con otras dos unidades ya en construcción), 26 destructores, 53 fragatas, 31 corbetas lanzamisiles, 97 patrulleros armados con SSM y otros 105 carentes de dicha capacidad. Todo ello acompañado de 5 submarinos SSBN, 6 SSN y 57 SS/SSK, lo cual da como resultado una flota con amplias capacidades. Sin embargo, China es probablemente la única gran potencia que no desea una expansión global de su flota, concentrada como está en hacerse con la posición dominante en el Pacifico Oriental, que no es poco, mientras comienza a expandir su área de influencia hacia el Indico.
Esa gran cantidad de pequeños buques equipados con SSM, de menores prestaciones que los rusos, muestra una clara voluntad en cuanto a la defensa próxima de sus costas continentales ante fuerzas hostiles superiores. Por su parte, la flota oceánica, en pleno proceso constructivo y de adaptación con su primer grupo aeronaval, sería capaz de proyectar su fuerza más allá de su zona directa de influencia. Recordemos que la Armada China, al menos hasta la introducción de los SSBN clase Jin y la llegada de las primeras unidades de gran porte, había estado centrada en un enfrentamiento teórico en Taiwán, para el cual los grandes buques de superficie no son, o no tienen por qué ser, los más adecuados.
China está actualmente inmersa en un ingente programa de construcción naval que prima, por encima de todo, los buques de porte oceánico, mientras se retiran las antiguas corbetas y los buques de menor desplazamiento. El programa de construcciones navales chino hay que verlo en conjunto con el despliegue y construcción de bases adelantadas en diferentes archipiélagos en disputa en los mares de China o en lugares tan distantes como Djibuti y que sirven para apoyar a las fuerzas navales creando áreas de exclusión aérea y favoreciendo la protección y apoyo logístico de estas.
Pero el caso chino, pese a su gran número de pequeñas unidades, también demuestra que si lo que se quiere es figurar en la arena internacional y ser una nación con buenas capacidades navales, se debe invertir en una escuadra oceánica y no en una flota mosquito, por muy potentes que sean sus vectores de ataque.

Flotas Mosquito Vs Flotas Oceánicas
Como es natural, la reacción lógica de muchos lectores hacia un artículo de este tipo será la de atacar las opiniones del autor. Es algo que ocurre muy especialmente -lo hemos visto en la web- cuando hablamos de Rusia y, sobre todo, cuando lo hacemos en oposición a los Estados Unidos. No obstante, la realidad es la que es y ahora, como en cualquier época y lugar, una flota oceánica amplia y equilibrada, compuesta de unidades de superficie de gran porte, especializadas y capaces de apoyarse entre sí, ejerciendo el dominio positivo del mar, es la mejor garantía de éxito en la guerra naval. En esa línea es en la que insiste la US Navy, cuando busca activar un nuevo grupo de portaaviones o alcanzar la cifra de los 355 buques de guerra en servicio, o aumentar su independencia respecto de las bases aeronavales, implementando un sistema de bases móviles.
La US Navy mantiene la mayor fuerza naval del mundo y es la única capaz de mantener un despliegue global donde y cuando su gobierno lo requiere. Por otra parte, las distintas alianzas que los EE. UU. han forjado desde el final de la Segunda Guerra Mundial le han llevado a encontrarse respaldados por las fuerzas navales nada despreciables de estados como Japón, Reino Unido, Corea del Sur, Italia o la propia España. Flotas que aportan -a otra escala- sus propias capacidades de proyección.
Dicho esto, cabe preguntase por qué la US Navy es la única que mantiene dicha capacidad a nivel mundial. La respuesta es sencilla y es que EE. UU. ha sido el único país capaz de invertir ingentes -a veces incluso obscenas- cantidades de dinero y de recursos humanos y materiales en mantener dichas capacidades. Eso es algo que el resto de los aspirantes tratan de emular, topando todas con el mismo obstáculo: el desorbitado coste económico.
Si uno analiza las fuerzas de superficie de la US Navy se encontrará con una espina dorsal formada por un gran número de destructores de la clase Arleigh Burke en sus distintas evoluciones. Buques de gran desplazamiento, fuertemente armados y con versatilidad en las tres dimensiones de la guerra naval clásica. Tal vez la vertiente ASW sea la menos trabajada, pero tiene su explicación como ya vimos más arriba y es algo en lo que ya están trabajando con el programa para sus futuras fragatas o la presión, por parte de distintos grupos de opinión dentro de la Escuela de Guerra Naval para reforzar capacidades como la patrulla marítima, cada vez más relevantes. Todo ello sin olvidar que su fuerza submarina es, se mire como se mire, la más potente del planeta.
Las fuerzas de superficie de la Armada Rusa, si bien sería injusto tacharlas de esqueléticas en la actualidad, al menos si pueden considerarse embrionarias, incapaces como son de un amplio despliegue sostenido más allá de una zona fuertemente asegurada por su aviación naval con base en tierra y su artillería de costa basada en misiles. ¿Realmente necesita la Federación Rusa de esa proyección de fuerzas a nivel global? Esa es la gran pregunta y la que debe responderse con honestidad.
Para la Federación Rusa, como nación, sus aspiraciones son globales. Puede parecernos bien o mal, pero su tamaño, recursos, historia y voluntad es la que es, objetivos legítimos que política y diplomáticamente están en su derecho y deber de perseguir. Estas aspiraciones, para materializarse, requieren en ocasiones de un fuerte respaldo militar y precisamente ahí es en donde la maquinaria comienza a fallar de nuevo: Reminiscencias de la Crisis de los Misiles de 1962 que parecen querer hacernos creer que la historia es cíclica. Lo cierto es que, hoy por hoy, sus fuerzas navales son incapaces de respaldar acciones militares en teatros de operaciones alejados de sus costas salvo que se den situaciones extraordinarias, como en el caso de Siria. Por ende, sus acciones han de ser más comedidas. Su industria, además, es incapaz de proporcionarles nuevos buques de gran porte que suplan esas carencias, y la industria naval es algo que tarda décadas en proporcionar resultados tangibles. No obstante están en ello y su determinación no puede ser tomada a la ligera, pues han logrado notables avances a la hora de superar algunos de los cuellos de botella de esta industria, como son la carencia de grandes grúas puente, de instalaciones aptas para la construcción modular o de capital humano.
En los últimos años, además de construir un buen número de pequeñas unidades, Rusia se ha empeñado en incorporar el sistema Kaliber en un creciente número de buques, como forma de proyectar el poder naval a largas distancias. Sin duda es un gran avance, ya que se trata de un arma naval con grandes capacidades ofensivas. No obstante, no podemos dejar de pensar que desplegar estos ingenios en buques que en otras armadas serían considerados apenas patrulleros, es cortar sus capacidades y restringir la propia capacidad de despliegue y de proyección de la nación. Es cierto que dentro del alcance próximo de las costas rusas se encuentran la mayor parte de sus potenciales adversarios, pero desde luego no todos. Asimismo, ningún arma es la panacea per se. Las armas nucleares y los misiles fueron en su momento el súmmum que prometían el fin de las armas convencionales, y camino del primer siglo de su existencia aquí seguimos.
El actual programa de construcciones y modernizaciones de la Armada Rusa, aunque importante y potente, debe ser considerado como un apuntalamiento de sus logros en las últimas décadas con las miras puestas hacia una mejora de la situación económica y la confirmación de sus programas estrella. Con todo, una flota de corbetas y patrulleros jamás será, por más armamento que se les implemente, un arma de capacidades estratégicas. No contra enemigos de entidad. Solo la fuerza de submarinos de la Flota de la Federación Rusa es un elemento altamente capacitado en la guerra naval, y siempre desde el punto de vista del dominio negativo del mar.
China, la otra gran potencia mundial, ha comenzado tras décadas de inversión a obtener importantes resultados en el ámbito naval. De forma contraria a la Federación Rusa, China sí aspira a alistar una gran flota con potencialidades oceánicas y globales, pero mantiene una fuerte contención en su política expansiva y, al menos por el momento, reduce su acción al Pacífico y el Índico. En estos momentos está construyendo el que será su tercer portaaviones, que se verá complementado por su fuerza de buques oceánicos y de escolta, amén de sus SSBN y SSN de segunda generación. De seguir a este ritmo, en una década o poco más, la PLAN será capaz de desplegar y proyectar su poder naval donde sus líderes lo deseen. A su vez, estos despliegues provocarán que las fuerzas estadounidenses, que ya han virado irremediablemente hacia el Pacifico, se vean impelidas a incrementar dicho viraje y a asignar un mayor número de grupos de combate a dicho océano, dejando al descubierto las capacidades del cuarto en discordia y sobre el que merece la pena detenerse por un momento: Europa.
Europa, más temprano que tarde, tendrá que comenzar a defenderse por sí misma de las distintas amenazas que la acechan, siendo la principal, en el ámbito naval, Rusia. Hasta ahora, como no podía ser de otra forma, hemos seguido la tendencia marcada por la US Navy durante los años 90 y nuestros buques son más pequeños que hace 40 ó 50 años, pero con mayores potenciales ofensivos. En España, sin ir más lejos, hemos conseguido implantar el sistema AEGIS en la clase Álvaro de Bazán, aunque no hemos llegado al extremo de implantarlo en los BAM.
Es cierto que hay naciones europeas que mantienen fuertes capacidades navales, pero también que estás están pensadas en muchos casos para tener un papel secundario como parte de fuerzas de tareas multinacionales apoyados por la logística estadounidense, o si acaso, la británica y francesa. El Reino Unido, Francia, España e Italia poseen flotas oceánicas equilibradas, cada uno a su escala, que cuentan además con portaaviones o buques capaces de operar aviones de ala fija. Los sacrificios realizados por la Royal Navy para que los Queen Elizabeth formen parte de la flota, dejando de lado muchos otros aspectos como la capacidad anfibia, nos dan una idea de la importancia dada por el Almirantazgo a contar con fuerzas de superficie capaces de obtener el dominio positivo del mar y de operar a largas distancias. El CVN Charles de Gaulle francés mantiene a la Marine Nationale como una fuerza de intervención global, basada en sus propias capacidades logísticas gracias a la red de bases de los territorios de Outre Mer. Mientras entra en dique seco, sus escuadrones aéreos continúan su entrenamiento con los CVN de la U.S. Navy y, todavía hoy, la discusión sobre un segundo CVN/CV continua viva en los despachos de París.
Lo cierto es que ninguno de estos buques es de escaso porte. Tampoco barato, sencillo de construir, mantener o fácil de defender, ya que imponen fuertes servidumbres logísticas y requieren del acompañamiento de una nutrida flota de escoltas. Hace décadas que existen vectores como el Harpoon, el Tomahawk o el Exocet, pero ni cuando estas armas aparecieron ni ahora, ninguno de estos países se plantea dejar de construir grandes buques oceánicos, para basar sus capacidades navales en pequeñas plataformas equipadas con este armamento letal. Quizá nuestros marinos estén demasiado influenciados por Mahan o bien estén cerrados a las “innovaciones” que se dan en otros lares. Puede -y es lo más probable- que simplemente sepan que alternativas al dominio positivo del mar solo son aceptables cuando uno no tiene ni los medios ni la voluntad de ejercerlo.

Flotas mosquito: el mal menor
Rusia, como China, han seguido cada una su propio camino, que ha llevado a ambos países a desarrollar lo que se conoce como Flotas Moquito. En el caso del gigante asiático, es evidente que este componente de la flota cada vez tiene menos importancia en favor de los buques oceánicos, los únicos de veras útiles para proteger sus líneas comerciales marítimas y para proyectar su poder en su área de influencia, cada vez mayor.
En el caso ruso, como solución de compromiso tras el derrumbe soviético y como forma de intentar imponer el dominio negativo del mar ante unas fuerzas navales occidentales que, de repente, pasaron a ser inmensamente superiores con la baja anticipada de cientos de buques y submarinos de la extinta Armada Roja. Desde entonces, ha hecho cuanto ha estado en su mano por reconstruir, poco a poco, sus capacidades oceánicas, por el momento sin apenas resultados, debido a diversos problemas no solo económicos, sino también técnicos, que le impiden construir buques de gran porte. Aun así, han avanzado.
Si hoy día se diera una crisis con un componente naval tan acentuado como fue la del 62 -y nadie quiere que eso vuelva a ocurrir- Moscú se encontraría en una mejor situación operacional, qué duda cabe, pues en aquel entonces carecía por completo de unidades que pudiesen mantenerse en operación a tal distancia de sus costas. Esta vez tendría submarinos de propulsión nuclear capaces de hacerse a la mar y tal vez una escuadra de superficie en el Atlántico y otra en el Pacifico. Sin embargo, las fuerzas navales que volvería a enfrentar, aunque mermadas, seguirían siendo muy superiores en número y, en muchos aspectos, en calidad. De poco servirían entonces las docenas de corbetas equipadas con el sistema Kaliber o incluso la aviación naval basada en tierra.
Se mire como se mire, las Flotas Mosquito adolecen de muchas deficiencias y, pese a ser una solución temporal, no son ni serán nunca el camino adecuado, si a lo que se aspira es a ser una potencia naval de primer nivel. Es cierto que Rusia, como nosotros, está en un periodo de transición en lo que concierne a los asuntos navales, debido tanto a los avances de la técnica como a los cambios políticos y económicos de los últimos tiempos. No obstante, en pocos años veremos si su apuesta por consolidar una flota oceánica de superficie, basada en portaaviones, cruceros, destructores y fragatas es firme, como parece que pretenden o sí, por el contrario, las estrecheces económicas o la ceguera de sus dirigentes le llevan, como en otras épocas, a perseverar en la construcción de corbetas, cortando así las alas a su proyecto de gran potencia.
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