
La Segunda Era Nuclear es un hecho. En los últimos decenios, la estabilidad propia de la Guerra Fría, en la que la Destrucción Mutua Asegurada hacía descabellado el uso del arma nuclear y el enfrentamiento convencional directo entre las superpotencias, no hace sino resquebrajarse. Este escenario previsible, que disuadía a las grandes potencias de intervenir más allá de las líneas nítidamente marcadas y que distinguía entre estas y las potencias de segunda fila por el baremo mucho más claro del número de ojivas, ya difícilmente se sostiene. De esta forma, el mundo bipolar ha dado paso a un nuevo escenario en el que nuevas potencias y nuevas diadas y triadas estratégicas ponen en entredicho todo lo que sabíamos acerca de la disuasión y el intercambio nucleares y, con ello, se ha iniciado una Segunda Era Nuclear de consecuencias imprevisibles.
La Primera Era Nuclear
Durante casi cuarenta y cinco años, la estrategia nuclear estuvo dominada por la competición entre las dos únicas superpotencias. Una competición en la que ambas trataban de evitar un enfrentamiento directo que las hubiera llevado a la autodestrucción mutua. La bipolaridad nuclear, en la que ninguna de las dos potencias podía ganar un enfrentamiento nuclear, generaba una considerable estabilidad y marcaba nítidos cortafuegos en los que cada enfrentamiento quedaría encapsulado o limitado, sin que hubiera un riesgo de que se siguiera escalando a un enfrentamiento directo, a gran escala y nuclear. Las características principales de este periodo son las siguientes:
Enorme tamaño de los arsenales
La primera de las claves de la estabilidad en esa primera era nuclear residía en el tamaño de los arsenales, que llegó a ser de una magnitud considerable. La razón estratégica para poseer semejantes arsenales -que a la opinión pública le podrían parecer exuberantes e irracionales- era evitar, por la mera fuerza del número, un ataque sorpresa destinado a descabezar el dispositivo nuclear propio. De esta forma, en casi ningún caso imaginable, podría realizarse un primer ataque contra el arsenal adversario y desarmarlo de tal forma que se lograse evitar una represalia que destruyese una gran fracción de los núcleos de población propios. Hay que pensar que la simple supervivencia, tras un primer ataque del 10% de 15.000 ojivas nucleares (1500 ojivas) permite una alta capacidad de destrucción total -si se dirige contra objetivos contravalor- del enemigo, algo imposible si sobrevivieran el 10% de 1.500 ojivas (150 ojivas). Por ese motivo, ambas superpotencias se lanzaron a una carrera armamentística cuantitativa que desembocó en unos arsenales de unas magnitudes que ahora parecen irracionales, pero que en absoluto lo eran y que garantizaban la estabilidad y, por tanto, la paz.
Irrelevancia de las potencias medias
Como consecuencia de lo anterior, las cifras de armas estratégicas presentes en los arsenales de las dos superpotencias hacían irrelevantes los arsenales del resto de potencias nucleares a la hora de calcular los intercambios nucleares hipotéticos y la estabilidad nuclear estratégica resultante. Dicho de otro modo; los cientos de ojivas nucleares empleados en un hipotético intercambio nuclear entre Francia o Reino Unido con la Unión Soviética no alteraban en ningún modo la estabilidad estratégica entre los EE. UU. y la URSS, pues esta seguiría manteniendo fuerzas suficientes como para responder a un ataque estadounidense y, como consecuencia, para evitar que este se produjese.
Esferas de influencia perfectamente delimitadas
La primera era nuclear, además de por ser una competición eminentemente bipolar y con arsenales de gran tamaño que garantizaban la destrucción mutua asegurada, estaba moderada por las reglas implícitas de la Guerra Fría, en las que las esferas de influencia estaban muy bien delimitadas por la política de bloques y la renuencia de las superpotencias a llegar a un enfrentamiento directo. Todo esto moderaba cualquier conflicto internacional para evitar que escalase a un conflicto directo entre los EE. UU. y la URSS.
En resumen, la Primera Era Nuclear, que queda muy atrás en el tiempo, redundaba en una gran estabilidad estratégica y en políticas nucleares que tendían a elevar el umbral nuclear y a utilizar las armas nucleares como meros instrumentos disuasivos. Todo lo cual desembocó en la creación de la Teoría de la Disuasión clásica, de la que podría decirse que la Destrucción Mutua Asegurada llegó a convertirse en su buque insignia.

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